La euro-Europa no va al cataclismo
EL PAÍS
26 MAY 2012
Acaban de aparecer tres sugerentes libros centrados en la fase europea de la crisis mundial. Tres textos, tres estilos, tres enfoques distintos. Uno se debe a la pluma del profesor francés de Economía Jean-Pisany-Ferry, director del laboratorio de ideas bruselense Bruegel. Es El despertar de los demonios, la crisis del euro y cómo salir de ella, que se asienta sobre la crónica, el análisis y la prospectiva: tiene el empaque severo del académico, pero suavizado por una agilidad inhabitual en el ramo. Otro, a la del periodista norteamericano Michael Lewis, quien alcanzó la celebridad por su novela autobiográfica El póquer del mentiroso sobre su periodo de bróker en Wall Street, se titula Boomerang, viajes al nuevo tercer mundo europeo, y es lo que indica, un reportaje de viajes al interior de la crisis. Y el tercero y más singular se debe a un actor del mercado y agudo articulista: el matemático, estadístico y financiero en el sector público, el privado y el pluscuamperfecto Juan Ignacio Crespo, titulado Las dos próximas recesiones.
Lewis desmenuza con testigos-protagonistas de primera fila la crisis en Islandia, en Grecia, en Irlanda; también desde Alemania, y con una propina, EE UU. Quizá no hace ninguna gran revelación, pero agarra al lector como quien agarra el volante, porque va de lo concreto —la especulación de los monjes de Vatopedi, en el monte Athos— a lo global, la descripción detallada del casi fallido Estado griego. Aquí confiesa a los patrocinadores de la conversión de Islandia de un país de pescadores en otro de multimillonarios. Allá dialoga muy fluidamente con el hoy miembro de la ejecutiva del Banco Central Europeo, Jörg Asmussen, y concluye con gracejo que los alemanes demuestran un “extraordinario amor por las reglas, casi porque sí”. En la misma tónica, sentencia que Islandia “no es tanto una nación como una gran familia”. Apasionará a todos, también al lector temeroso de sumergirse en un libro económico.
Los actores del libro de Pisany son, más que pescadores, ciudadanos y profesores como en el caso de Lewis, los políticos y las instituciones europeas. A ellos dedica su crítica frontal, por no haber previsto los desequilibrios de los socios de la zona euro, haber creado sus instrumentos con tardanza, salvo el BCE, y gestionar con irritante lentitud la crisis de la deuda abierta con el caso griego en 2010. El profesor explica bien la génesis, características, carencias y desarrollo de la moneda única. Y oscila, quizá por designio de equilibrio, entre el pesimismo y un timidísimo optimismo. Aquél le hace concluir que la moneda “no está sólo huérfana” del gran proyecto europeo al que debía servir, sino que no es el desencadenante de nada: “Es también estéril, puesto que, contrariamente a las expectativas, no provoca toma de conciencia, no impulsa reformas y no suscita cooperaciones”. Por no lograr, ni siquiera ha conseguido que “el rigor alemán” se imponga a los socios. Pese a todo, reconoce, y esta es la parte esperanzada de su visión, que el edificio de la unión económica y monetaria se ha ido llenado “pieza a pieza” de nuevos y necesarios instrumentos no previstos. Algunos, para servir a la política de la austeridad, que asume; mientras queda pendiente la otra pata, la del crecimiento, que suscribe —propugnando “políticas públicas de gran magnitud” para la Europa del Sur—.
Apasionamiento y fría estadística palpitan en el extraordinario texto de Crespo, quien apoya todas sus tesis en sugestivos gráficos, en la convicción de que las secuencias de las crisis son concomitantes. Aunque el objetivo del autor es predecir cómo y cuándo se producirán las próximas recesiones, el grueso del libro se centra en la crisis mundial, particularmente europea: su tercio final es una miscelánea de temas también interesante, de los emergentes a la tensión mercados/democracia o la culpa de la crisis de las cajas de ahorros españolas. Tras analizar las carencias del BCE en relación con la Reserva Federal, y sus errores (algunas subidas del tipo de interés) y aciertos (entre estos, las dos últimas barras de liquidez por un billón de euros), Crespo sostiene su tesis principal: “La guerra del euro no tendrá lugar”, porque tras el abismo al que se vieron sometidas en 2011, quedó claro que la moneda y la eurozona “sobrevivirán” y seguirán siendo internacionalmente relevantes, aunque se instalen temporalmente en una suerte de crisis crónica. Entre sus recetas, destacan la emisión de eurobonos a través de un Tesoro único, del que el actual fondo de rescate supone un embrión, y la ampliación del repertorio de funciones del BCE, con el horizonte de completar la austeridad fiscal mediante nuevas políticas de crecimiento. El texto es tan frondoso que uno cae en la tentación de subrayar todas sus líneas.
El despertar de los demonios. La crisis del euro y cómo salir de ella. Jean-Pisany-Ferry. Traducción de Manuel Serrat. Antoni Bosch. Barcelona, 2012. 176 páginas. 18 euros. Boomerang. Viajes al nuevo tercer mundo europeo. Michael Lewis. Traducción de Marta Torrent. Ediciones Deusto. Barcelona, 2012. 256 páginas. 19,95 euros. Las dos próximas recesiones. Cómo, dónde y por qué se producirán. Juan Ignacio Crespo. Ediciones Deusto. Barcelona, 2012. 200 páginas. 18,95 euros (electrónico: 13,99).
Boomerang: una crisis de ida y vuelta
Michael Lewis explica en un libro, de modo comprensible y cómico, las manías locales que llevaron a la hecatombe financiera a Islandia, Irlanda y Grecia
LUIS M. ALONSO
Incialmente se creyó que la crisis financiera se aplacaría con el
rescate de los bancos, pero los gobiernos dejaron de tener crédito.
Michael Lewis, ex bróker y autor de algunos de los libros más leídos en
Estados Unidos, viajó a los países arruinados para comprobar la
especialidad local. Pudo ver cómo en Islandia los pescadores que habían
decidido probar fortuna en la banca quemaban sus flamantes todo terreno
para cobrar el seguro; se metió en las entrañas del monasterio de
Vatopedi para testar el colapso moral de Grecia, y asistió al drama de
unos irlandeses que quisieron ser ricos por una vez en la vida. El viaje
a la ruina no incluye a España, que se ha asomado al abismo.
El modo de resumirlo sería decir que todo se debió a la ceguera y a la codicia. Pero en "The Big Short", Michael Lewis, editor de "Vanity Fair" economista, experto en Wall Street de "The New York Times" y autor de algunos de los libros de más éxito de las dos últimas décadas en Estados Unidos, se dio cuenta de que resultaba excitante documentar la brutal crisis financiera desde la perspectiva de aquellos que primero la vieron venir y obtuvieron el mayor beneficio. En "Boomerang", su último libro, desvió el enfoque a Europa y, con ello, el curso tragicómico que han tomado los acontecimientos.
En 2008, se pensó que la crisis del crédito se aplacaría únicamente porque los inversionistas creían que los gobiernos podrían pedir lo que fuese necesario para rescatar a sus bancos. Pero ¿qué pasó cuando los propios gobiernos dejaron de ser creíbles? Entonces la situación económica entró en una fase verdaderamente peligrosa. Los dólares de los contribuyentes sólo detuvieron entonces momentáneamente la carnicería y, al igual que un boomerang, la crisis ha vuelto como si se tratase de un ajuste de cuentas.
Lewis, en un libro conmovedoramente cómico, de 212 páginas, al que apenas le sobra una línea, escribe su diario de viaje a través de las ruinas económicas del globo. Nos introduce en las vidas de los desafortunados y equivocados funcionarios gubernamentales, banqueros y especuladores, quienes avivaron los incendios financieros de 2008 y creyeron ilusoriamente que habían sido apagados por los rescates gubernamentales masivos.
Aunque el viaje incluye Islandia, Grecia, Irlanda y Alemania, en Estados Unidos se ha dicho, sin embargo, que la visita guiada es un poco como ir de excursión a través de las remotas regiones gastronómicas del mundo de la mano de Anthony Bourdain. No se intranquilicen, simplemente es una metáfora. Del mismo modo que el mediático chef televisivo de Nueva York viaja a lugares lejanos a devorar, como si tratase de los mejores manjares, los testículos del alce que comen los inuit o las cabezas de ovejas que tanto gustan a los marroquíes, Lewis levanta acta de sus impresiones sobre la crisis económica dándose un banquete. Al igual que Bourdain con las criadillas, aplica un ingenio mordaz al raro placer de digerir sombríos cuentos económicos y dramas personales. Cada caso es distinto, producto de la temperatura local.
Islandia se volvió loca con la banca. Siendo una nación de pescadores, sus habitantes se creyeron lo suficientemente listos y dotados para la inversión. Demasiado inteligentes y preparados para dedicarse por vida a la pesca o a la fundición del aluminio, las dos actividades productivas esenciales de la isla. No habían obtenido todos sus títulos universitarios y masters para resignarse a tirar la red al mar y, además, un enraizado sentido varonil islandés del riesgo les guiaba. De hecho, inmediatamente después, la alternativa al descalabro consistió en sustituir a todos los políticos machos por hembras.
En Irlanda se obsesionaron con comprar casas. La propiedad y la abundancia eran el escape para un pueblo acosado por siglos de opresión y explotación terrateniente. Sus habitantes pasaron de muy pobres a muy ricos, exhibiendo una especie de arrogancia gaélica que les llevó a ellos mismos a definirse como "el tigre celta". Lewis lo explica en muy pocas palabras: los irlandeses simplemente quisieron dejar de ser irlandeses.
Los griegos se empeñaron en evitar durante décadas el pago de los impuestos, empezando por el principal armador y terminando por el último empleado. Tratándose Grecia de una nación construida sobre la enemistad, el nepotismo y la corrupción, nadie confiaba en nadie. Allí cada uno era un griego dispuesto a cuidar de sí mismo. Allí, el acatamiento de las normas, entre ellas las tributarias, ha sido tradicionalmente una cuestión de deshonra. Al que cumple lo llaman estúpido.
Alemania, por su parte, se cansó de pagar la factura de la locura. Con un comportamiento colectivo que la ha llevado otras veces a buscarse problemas con los vecinos y siendo un pueblo obsesionado por la limpieza y el orden, los alemanes tienen, a la vez, una especial debilidad por la basura y el caos ajenos. No hay limpieza sin suciedad, ni pureza sin impureza, escribe Lewis. Por eso, viven obsesionados con el desordenado patio de los griegos.
-Los pescadores que quisieron ser inversores. A los tres días de estar en Reikiavik a Lewis le llamaron de la productora de un programa líder de actualidad para que les explicara a los islandeses su propia crisis financiera. Ellos mismos sencillamente no entendían lo que había pasado. Para el autor de "Boomerang", Islandia era una caja de sorpresas, sus habitantes lunáticos y nuevos ricos se habían dedicado a jugar a banqueros y comprar casas y coches a crédito; ahora ante la garantía de poder cobrar un seguro preferían quemar sus Range Rover por la noche antes de embarcarlos con destino a algún punto de Europa donde poder venderlos a cambio de una moneda que aún tuviese valor.
-En la cuna de las mates. Lo de Grecia hay que verlo de modo distinto. Allí, el protagonista de la ruina no fue específicamente el sistema bancario, que tuvo la precaución de evitar los activos tóxicos con préstamos de alto riesgo, pero sí, en cambio, la mala suerte de confiar créditos peligrosamente grandes a un gobierno que nunca abrigó la esperanza, o, probablemente, la intención de poder pagar sus gigantescas deudas. En Grecia, al contrario que en otros lugares, los bancos no hundieron al país; el país hundió a los bancos. En realidad fue la peculiar manera de entender el erario lo que acabó con todo. En el momento en que estalló la crisis, el empleado promedio público ganaba el triple que su equivalente del sector privado, y las nóminas de las empresas estatales, como las del ferrocarril nacional, superaban cuatro veces los ingresos anuales por este tipo de transporte.
-El pecado original. Para explicarse por qué Irlanda llegó adonde llegó se han barajado todas las teorías: la eliminación de las barreras arancelarias, la decisión de ofrecer una enseñanza superior pública gratuita y el tipo de gravamen bajo en el impuesto sobre sociedades introducido en la década de los ochenta que convirtió a Irlanda en un paraíso fiscal para las empresas extranjeras. La firme voluntad de resarcirse de la pobreza y la penuria hizo de los irlandeses "tigres celtas". Pero Lewis considera que la más interesante de las explicaciones es la que ofrecieron un par de demógrafos de Harvard, David E. Bloom y David Canning, con su teoría de la anticoncepción. Estos dos profesores sostenían que una de las causas principales del boom irlandés era el espectacular aumento del ratio de hombres irlandeses en edad de trabajar con respecto a los que no lo estaban debido al tremendo descenso de la tasa de natalidad. Había de este modo una correlación inversa entre el sometimiento de la nación a los edictos del Vaticano y su capacidad de salir de la pobreza. Es decir, de la muerte lenta de la iglesia católica irlandesa habría surgido el milagro económico.
El fuerte patriotismo es otra de las causas de que el desafiante "tigre celta" se haya convertido finalmente en un gato mohíno. Lewis en seguida supo darse cuenta de que los políticos perdían demasiado tiempo en el parlamento repitiéndolo todo dos veces, una en inglés y otra en gaélico, cuando todos hablaban perfectamente el primer idioma y sólo se defendían a duras penas con el segundo.
-La limpieza y la suciedad. El recorrido a través de la economía más dinámica de Europa, la alemana, parece de todos el que menos perspicacia arroja. Cautivado por la obsesión del país con la limpieza y la fascinación por la suciedad de otros, Lewis se pregunta sin encontrar explicaciones por qué una nación tan organizada continúa apoyando a sus socios manirrotos del euro. Pero no acaba de concretar por qué los alemanes se esfuerzan tanto por mantener fracturada a la Unión Europea, probablemente una de las claves para entender la trágica zozobra de los últimos tiempos.
En el viaje de "Boomerang" hay muchos personajes pintorescos pero ninguno tiene madera de héroe y en una era de capitalismo disfuncional, Lewis recuerda que los ganadores pueden ser tan desquiciados como los perdedores.
El modo de resumirlo sería decir que todo se debió a la ceguera y a la codicia. Pero en "The Big Short", Michael Lewis, editor de "Vanity Fair" economista, experto en Wall Street de "The New York Times" y autor de algunos de los libros de más éxito de las dos últimas décadas en Estados Unidos, se dio cuenta de que resultaba excitante documentar la brutal crisis financiera desde la perspectiva de aquellos que primero la vieron venir y obtuvieron el mayor beneficio. En "Boomerang", su último libro, desvió el enfoque a Europa y, con ello, el curso tragicómico que han tomado los acontecimientos.
En 2008, se pensó que la crisis del crédito se aplacaría únicamente porque los inversionistas creían que los gobiernos podrían pedir lo que fuese necesario para rescatar a sus bancos. Pero ¿qué pasó cuando los propios gobiernos dejaron de ser creíbles? Entonces la situación económica entró en una fase verdaderamente peligrosa. Los dólares de los contribuyentes sólo detuvieron entonces momentáneamente la carnicería y, al igual que un boomerang, la crisis ha vuelto como si se tratase de un ajuste de cuentas.
Lewis, en un libro conmovedoramente cómico, de 212 páginas, al que apenas le sobra una línea, escribe su diario de viaje a través de las ruinas económicas del globo. Nos introduce en las vidas de los desafortunados y equivocados funcionarios gubernamentales, banqueros y especuladores, quienes avivaron los incendios financieros de 2008 y creyeron ilusoriamente que habían sido apagados por los rescates gubernamentales masivos.
Aunque el viaje incluye Islandia, Grecia, Irlanda y Alemania, en Estados Unidos se ha dicho, sin embargo, que la visita guiada es un poco como ir de excursión a través de las remotas regiones gastronómicas del mundo de la mano de Anthony Bourdain. No se intranquilicen, simplemente es una metáfora. Del mismo modo que el mediático chef televisivo de Nueva York viaja a lugares lejanos a devorar, como si tratase de los mejores manjares, los testículos del alce que comen los inuit o las cabezas de ovejas que tanto gustan a los marroquíes, Lewis levanta acta de sus impresiones sobre la crisis económica dándose un banquete. Al igual que Bourdain con las criadillas, aplica un ingenio mordaz al raro placer de digerir sombríos cuentos económicos y dramas personales. Cada caso es distinto, producto de la temperatura local.
Islandia se volvió loca con la banca. Siendo una nación de pescadores, sus habitantes se creyeron lo suficientemente listos y dotados para la inversión. Demasiado inteligentes y preparados para dedicarse por vida a la pesca o a la fundición del aluminio, las dos actividades productivas esenciales de la isla. No habían obtenido todos sus títulos universitarios y masters para resignarse a tirar la red al mar y, además, un enraizado sentido varonil islandés del riesgo les guiaba. De hecho, inmediatamente después, la alternativa al descalabro consistió en sustituir a todos los políticos machos por hembras.
En Irlanda se obsesionaron con comprar casas. La propiedad y la abundancia eran el escape para un pueblo acosado por siglos de opresión y explotación terrateniente. Sus habitantes pasaron de muy pobres a muy ricos, exhibiendo una especie de arrogancia gaélica que les llevó a ellos mismos a definirse como "el tigre celta". Lewis lo explica en muy pocas palabras: los irlandeses simplemente quisieron dejar de ser irlandeses.
Los griegos se empeñaron en evitar durante décadas el pago de los impuestos, empezando por el principal armador y terminando por el último empleado. Tratándose Grecia de una nación construida sobre la enemistad, el nepotismo y la corrupción, nadie confiaba en nadie. Allí cada uno era un griego dispuesto a cuidar de sí mismo. Allí, el acatamiento de las normas, entre ellas las tributarias, ha sido tradicionalmente una cuestión de deshonra. Al que cumple lo llaman estúpido.
Alemania, por su parte, se cansó de pagar la factura de la locura. Con un comportamiento colectivo que la ha llevado otras veces a buscarse problemas con los vecinos y siendo un pueblo obsesionado por la limpieza y el orden, los alemanes tienen, a la vez, una especial debilidad por la basura y el caos ajenos. No hay limpieza sin suciedad, ni pureza sin impureza, escribe Lewis. Por eso, viven obsesionados con el desordenado patio de los griegos.
-Los pescadores que quisieron ser inversores. A los tres días de estar en Reikiavik a Lewis le llamaron de la productora de un programa líder de actualidad para que les explicara a los islandeses su propia crisis financiera. Ellos mismos sencillamente no entendían lo que había pasado. Para el autor de "Boomerang", Islandia era una caja de sorpresas, sus habitantes lunáticos y nuevos ricos se habían dedicado a jugar a banqueros y comprar casas y coches a crédito; ahora ante la garantía de poder cobrar un seguro preferían quemar sus Range Rover por la noche antes de embarcarlos con destino a algún punto de Europa donde poder venderlos a cambio de una moneda que aún tuviese valor.
-En la cuna de las mates. Lo de Grecia hay que verlo de modo distinto. Allí, el protagonista de la ruina no fue específicamente el sistema bancario, que tuvo la precaución de evitar los activos tóxicos con préstamos de alto riesgo, pero sí, en cambio, la mala suerte de confiar créditos peligrosamente grandes a un gobierno que nunca abrigó la esperanza, o, probablemente, la intención de poder pagar sus gigantescas deudas. En Grecia, al contrario que en otros lugares, los bancos no hundieron al país; el país hundió a los bancos. En realidad fue la peculiar manera de entender el erario lo que acabó con todo. En el momento en que estalló la crisis, el empleado promedio público ganaba el triple que su equivalente del sector privado, y las nóminas de las empresas estatales, como las del ferrocarril nacional, superaban cuatro veces los ingresos anuales por este tipo de transporte.
-El pecado original. Para explicarse por qué Irlanda llegó adonde llegó se han barajado todas las teorías: la eliminación de las barreras arancelarias, la decisión de ofrecer una enseñanza superior pública gratuita y el tipo de gravamen bajo en el impuesto sobre sociedades introducido en la década de los ochenta que convirtió a Irlanda en un paraíso fiscal para las empresas extranjeras. La firme voluntad de resarcirse de la pobreza y la penuria hizo de los irlandeses "tigres celtas". Pero Lewis considera que la más interesante de las explicaciones es la que ofrecieron un par de demógrafos de Harvard, David E. Bloom y David Canning, con su teoría de la anticoncepción. Estos dos profesores sostenían que una de las causas principales del boom irlandés era el espectacular aumento del ratio de hombres irlandeses en edad de trabajar con respecto a los que no lo estaban debido al tremendo descenso de la tasa de natalidad. Había de este modo una correlación inversa entre el sometimiento de la nación a los edictos del Vaticano y su capacidad de salir de la pobreza. Es decir, de la muerte lenta de la iglesia católica irlandesa habría surgido el milagro económico.
El fuerte patriotismo es otra de las causas de que el desafiante "tigre celta" se haya convertido finalmente en un gato mohíno. Lewis en seguida supo darse cuenta de que los políticos perdían demasiado tiempo en el parlamento repitiéndolo todo dos veces, una en inglés y otra en gaélico, cuando todos hablaban perfectamente el primer idioma y sólo se defendían a duras penas con el segundo.
-La limpieza y la suciedad. El recorrido a través de la economía más dinámica de Europa, la alemana, parece de todos el que menos perspicacia arroja. Cautivado por la obsesión del país con la limpieza y la fascinación por la suciedad de otros, Lewis se pregunta sin encontrar explicaciones por qué una nación tan organizada continúa apoyando a sus socios manirrotos del euro. Pero no acaba de concretar por qué los alemanes se esfuerzan tanto por mantener fracturada a la Unión Europea, probablemente una de las claves para entender la trágica zozobra de los últimos tiempos.
En el viaje de "Boomerang" hay muchos personajes pintorescos pero ninguno tiene madera de héroe y en una era de capitalismo disfuncional, Lewis recuerda que los ganadores pueden ser tan desquiciados como los perdedores.
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