Texto de Bru Rovira
Fotos de Sebastiao Salgado
En el sur de Sudán, el pueblo dinka vive en estrecha relación con la tierra, y sobre todo con su ganado, tan importante en su cultura que incluso modela el lenguaje. Aunque se han visto envueltos en la terrible guerra que enfrentó al norte y al sur del país, los dinkas han conseguido mantener su modo de vida tradicional
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Cerca del campamento de Wutliet, las mujeres dinkas se congregan a la sombra de los árboles para moler los cereales. Los dinkas, más de un millón en el sur de Sudán, son mayoría en esta zona del país. Dinkas, nuers, shilluks y otras etnias descienden del antiguo pueblo nilótico que, en sus interminables batidas en busca de pasto para el ganado, fue alejándose cada vez más de sus orígenes y, con el tiempo, dio lugar a otras etnias, como los masais en Kenia o los tutsis en Ruanda y Burundi
El año 2005 empezó en Sudán con la firma de un acuerdo de paz entre el norte y el sur que quería dar por terminada una larga guerra de más de cuarenta años, durante la cual murieron dos millones de personas y otros cuatro fueron desplazados de sus territorios de origen.
Se trata de uno de los conflictos más largos de la historia –y, también, más desconocidos–, donde la geografía, las diferencias culturales y étnicas, la religión, la pobreza y las fronteras políticas creadas a golpe de cartabón por las potencias coloniales complican lo que, para simplificar, se ha presentado como un enfrentamiento entre el mundo musulmán y árabe, del norte, y el mundo negro, católico y animista, del sur. Un conflicto, también, entre la riqueza y la pobreza, donde el racismo y el tráfico de esclavos han estado presentes durante siglos sin que todavía hoy hayan desaparecido completamente. El petróleo que existe en la frontera entre estos dos mundos no ha hecho más que agravar estos conflictos.
Las fotos que en este Magazine presenta Sebastião Salgado fueron realizadas en el 2006, justo un año después de los citados acuerdos de paz. Salgado viajó durante los meses de febrero y marzo a la región y visitó algunas de las comunidades dinka que se desplazan con sus ganados en busca de pastos, entre las ciudades de Bor y Rumbek.
Aislados por la guerra, los dinkas han sido una tribu de difícil acceso para los turistas (no ha ocurrido lo mismo, por ejemplo, con los masai, en Kenia, emparentados también con los pueblos de pastores nilóticos) y, a pesar de que sus miembros han participado como la principal fuerza y dirección del Ejército Popular de Liberación del Sudán (SPLA) en su lucha contra el gobierno de Jartum, la comunidad ha conseguido sobrevivir conservando buena parte de sus costumbres y sistema de vida.
Aquellos que hayan tenido oportunidad de conocer esta aislada región durante estos últimos años, se sorprenderán por las fotos de Salgado, pues éstas evocan una imagen idílica y armónica de la relación que los dinkas tienen con la naturaleza y su hábitat, la misma que debían de tener hace cinco mil años, aunque esta imagen no recuerda precisamente lo que le tocó vivir al pueblo dinka durante los peores momentos de la guerra con el norte, cuando los combates les obligaron a desplazarse, fueron diezmados por la muerte y la hambruna, y sus niños eran sacados del campamento para incorporarlos a las filas de los guerrilleros del SPLA. Uno de sus dirigentes, el doctor Bellario, me acompañó a dar un paseo por lo que quedaba de la ciudad, durante una visita que hice a Rumbek en el año 2002. Nunca olvidaré sus comentarios mientras caminábamos en medio de las ruinas y los hierbajos que cubrían los edificios que, antaño, debieron de tener un cierto esplendor: “Aquí hubo una leprosería”, narraba Bellario mientras yo trataba de distinguir un muro entre la maleza; “aquí hubo una maternidad”, indicaba al tiempo que nos paramos para saludar al único estudiante que consiguió terminar la escuela de toda una generación de ex alumnos que perecieron durante la guerra.
Rumbek era en el año 2002 la capital del Nuevo Sur Sudán, después de que los guerrilleros consiguieran arrebatarla a las tropas de Jartum, que la mantuvo en su poder hasta el año 1998. Parapetados entre las ruinas, los soldados del SPLA controlaban la ciudad (Bor todavía se encontraba en manos de Jartum) y ya empezaban a diseñar su soñada autonomía. “Poco a poco
–dijo un optimista Bellario–, las cosas irán mejorando. Ahora ya tenemos doce escuelas secundarias y una escuela de formación profesional.” El guerrillero no se refería a las escuelas de la ciudad de Rumbek. ¡Hablaba de todo el sur Sudán, un territorio mayor que Francia!
Durante la estación seca, los campamentos concentran hasta cinco mil reses, y durante la estación de lluvia se dispersan en grupos que avanzan siguiendo la hierba regada por el Nilo
Se trata de uno de los conflictos más largos de la historia –y, también, más desconocidos–, donde la geografía, las diferencias culturales y étnicas, la religión, la pobreza y las fronteras políticas creadas a golpe de cartabón por las potencias coloniales complican lo que, para simplificar, se ha presentado como un enfrentamiento entre el mundo musulmán y árabe, del norte, y el mundo negro, católico y animista, del sur. Un conflicto, también, entre la riqueza y la pobreza, donde el racismo y el tráfico de esclavos han estado presentes durante siglos sin que todavía hoy hayan desaparecido completamente. El petróleo que existe en la frontera entre estos dos mundos no ha hecho más que agravar estos conflictos.
Las fotos que en este Magazine presenta Sebastião Salgado fueron realizadas en el 2006, justo un año después de los citados acuerdos de paz. Salgado viajó durante los meses de febrero y marzo a la región y visitó algunas de las comunidades dinka que se desplazan con sus ganados en busca de pastos, entre las ciudades de Bor y Rumbek.
Aislados por la guerra, los dinkas han sido una tribu de difícil acceso para los turistas (no ha ocurrido lo mismo, por ejemplo, con los masai, en Kenia, emparentados también con los pueblos de pastores nilóticos) y, a pesar de que sus miembros han participado como la principal fuerza y dirección del Ejército Popular de Liberación del Sudán (SPLA) en su lucha contra el gobierno de Jartum, la comunidad ha conseguido sobrevivir conservando buena parte de sus costumbres y sistema de vida.
Aquellos que hayan tenido oportunidad de conocer esta aislada región durante estos últimos años, se sorprenderán por las fotos de Salgado, pues éstas evocan una imagen idílica y armónica de la relación que los dinkas tienen con la naturaleza y su hábitat, la misma que debían de tener hace cinco mil años, aunque esta imagen no recuerda precisamente lo que le tocó vivir al pueblo dinka durante los peores momentos de la guerra con el norte, cuando los combates les obligaron a desplazarse, fueron diezmados por la muerte y la hambruna, y sus niños eran sacados del campamento para incorporarlos a las filas de los guerrilleros del SPLA. Uno de sus dirigentes, el doctor Bellario, me acompañó a dar un paseo por lo que quedaba de la ciudad, durante una visita que hice a Rumbek en el año 2002. Nunca olvidaré sus comentarios mientras caminábamos en medio de las ruinas y los hierbajos que cubrían los edificios que, antaño, debieron de tener un cierto esplendor: “Aquí hubo una leprosería”, narraba Bellario mientras yo trataba de distinguir un muro entre la maleza; “aquí hubo una maternidad”, indicaba al tiempo que nos paramos para saludar al único estudiante que consiguió terminar la escuela de toda una generación de ex alumnos que perecieron durante la guerra.
Rumbek era en el año 2002 la capital del Nuevo Sur Sudán, después de que los guerrilleros consiguieran arrebatarla a las tropas de Jartum, que la mantuvo en su poder hasta el año 1998. Parapetados entre las ruinas, los soldados del SPLA controlaban la ciudad (Bor todavía se encontraba en manos de Jartum) y ya empezaban a diseñar su soñada autonomía. “Poco a poco
–dijo un optimista Bellario–, las cosas irán mejorando. Ahora ya tenemos doce escuelas secundarias y una escuela de formación profesional.” El guerrillero no se refería a las escuelas de la ciudad de Rumbek. ¡Hablaba de todo el sur Sudán, un territorio mayor que Francia!
En el sur de Sudán, el pueblo dinka vive en estrecha relación con la tierra, y sobre todo con su ganado, tan importante en su cultura que incluso modela el lenguaje. Aunque se han visto envueltos en la terrible guerra que enfrentó al norte y al sur del país, los dinkas han conseguido mantener su modo de vida tradicional
Campamento de Kei. Los dinkas tienen una gran afinidad con sus animales y a menudo duermen con ellos. Los domestican hasta tal punto que en su relación no hay signos de agresividad
Durante la estación seca, los campamentos concentran hasta cinco mil reses, y durante la estación de lluvia se dispersan en grupos que avanzan siguiendo la hierba regada por el Nilo
Una tarde quise visitar los campamentos dinka, los cattle camps, donde, pese a la guerra, la población dinka se esforzaba por conservar su sistema de vida. También a lo largo del viaje que realicé hasta la frontera de Uganda crucé distintas zonas dinkas donde unas veces me encontraba con guerrilleros desnudos armados con kalashnikovs y otras podía pararme en los cattle camps, que durante la estación seca se convierten en grandes concentraciones de hasta 5.000 reses, y durante la estación de lluvia se dispersan en pequeños grupos que avanzan siguiendo la hierba que crece en este Sudd, regado por el Nilo. En los periodos de lluvia, los dinkas suelen plantar mijo, sorgo y maíz para los meses secos. También se sumergen en lagos y ríos para capturar el pescado que les dará proteínas cuando el agua desaparezca y llegue la estación improductiva.
Los dinkas son una sociedad presidida por la vaca. La vaca tiene una importancia extraordinaria y central. Dentro del campo, los hombres y las mujeres suelen pasar el rato separados y, mientras ellas se ocupan de la comida y los niños, ellos departen junto a los animales, a los que acarician y limpian con esmero. La vaca es tan importante que suelen bautizar a sus hijos con los nombres de sus vacas preferidas o con nombres que hagan referencia al animal. Alek, el nombre de la modelo sudanesa Alek Wek, significa, por ejemplo vaca blanca y negra. El vocabulario que los dinkas utilizan para hablar de la vaca es infinito. “Su percepción del color, luz y sombra en el mundo que les rodea –ha escrito el antropólogo Godfrey Lienhard– está inextricablemente relacionado con el reconocimiento de las configuraciones cromáticas de su ganado.” Si se les privara de este vocabulario, apenas tendrían palabras para describir “su experiencia visual en términos de color, luz y oscuridad”.
La vaca también sirve de alimento y medicina. Todas las mañanas recogen sus orines y los usan para lavarse la cara y verterlos en una vasija con la leche recién ordeñada, antes de beberla. La boñiga de vaca secada al sol se enciende durante la noche para que les proteja a ellos y a los animales de los mosquitos, y utilizan la ceniza de la boñiga para frotarse la piel y esterilizarla contra las picadas de mosquitos y parásitos, así como el orín para teñir el pelo de rojo, en los hombres. Resulta sorprendente observar cómo todas las mañanas cubren con ceniza la piel de los animales al tiempo que les hablan dulcemente al oído antes de partir en busca de pastos de donde regresarán al anochecer para reunirse todos de nuevo.°
Los dinkas son una sociedad presidida por la vaca. La vaca tiene una importancia extraordinaria y central. Dentro del campo, los hombres y las mujeres suelen pasar el rato separados y, mientras ellas se ocupan de la comida y los niños, ellos departen junto a los animales, a los que acarician y limpian con esmero. La vaca es tan importante que suelen bautizar a sus hijos con los nombres de sus vacas preferidas o con nombres que hagan referencia al animal. Alek, el nombre de la modelo sudanesa Alek Wek, significa, por ejemplo vaca blanca y negra. El vocabulario que los dinkas utilizan para hablar de la vaca es infinito. “Su percepción del color, luz y sombra en el mundo que les rodea –ha escrito el antropólogo Godfrey Lienhard– está inextricablemente relacionado con el reconocimiento de las configuraciones cromáticas de su ganado.” Si se les privara de este vocabulario, apenas tendrían palabras para describir “su experiencia visual en términos de color, luz y oscuridad”.
La vaca también sirve de alimento y medicina. Todas las mañanas recogen sus orines y los usan para lavarse la cara y verterlos en una vasija con la leche recién ordeñada, antes de beberla. La boñiga de vaca secada al sol se enciende durante la noche para que les proteja a ellos y a los animales de los mosquitos, y utilizan la ceniza de la boñiga para frotarse la piel y esterilizarla contra las picadas de mosquitos y parásitos, así como el orín para teñir el pelo de rojo, en los hombres. Resulta sorprendente observar cómo todas las mañanas cubren con ceniza la piel de los animales al tiempo que les hablan dulcemente al oído antes de partir en busca de pastos de donde regresarán al anochecer para reunirse todos de nuevo.°
Campamento de Amak. Durante la estación lluviosa, los dinkas conviven con el ganado en sus aldeas, se dedican a la agricultura y cultivan principalmente mijo, sorgo y maíz, entre otros cereales
Campamento de Amak al caer el día, cuando la manada regresa al campamento para pasar la noche. Es el momento de mayor ajetreo, cuando se apila y quema el estiércol para que el humo ahuyente a los insectos. En esta región semiárida, la hierba crece por doquier y el ganado pasta a sus anchas, pero durante la estación seca, desaparece y las aldeas quedan desiertas. Sus habitantes se agrupan entonces y parten juntos con las manadas en busca de pastos, llevando consigo sus pertenencias más imprescindibles y los cereales necesarios para los largos meses de sequía. Formando manadas enormes, avanzan en pos de algún paraje que les ofrezca agua y alimento para el ganado y, una vez encontrado, levantan allí sus campamentos, donde, en ocasiones, pueden llegar a concentrarse más de 5.000 reses
Campamento de Kolkuei. La ceniza obtenida al quemar el estiércol la extienden sobre su piel y la de los animales para protegerse de las picaduras de insectos y parásitos
Los hombres conducen el ganado a los pastos cerca de los lagos y canales, donde aprovechan para pescar con lanza. En la imagen, pesca en los pantanos de Akarap, en la región de Pagarau. El pescado constituye la fuente principal de proteínas para los miles de dinkas que se congregan en campamentos en las zonas de los numerosos lagos y canales cerca del río Nilo
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