Tras dos décadas de abundancia, aflora el miedo a que vuelva la economía del subsidio | Por primera vez en mucho tiempo, sobra mano de obra en el campo
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Que nos quiten lo bailao. No hay sentimiento trágico en el mundo rural andaluz - tampoco ha dado tiempo-ante el sombrío panorama que dibuja la crisis económica. Los años de bonanza que acaban han permitido a los habitantes del agro equiparar sus condiciones de vida a los de la ciudad, cuando no superarlas. Ahora que pintan bastos tienen el cobijo del olivo. El campo es un magro recurso, pero menos es nada. La posibilidad de que vuelva al pasado aparece como algo remoto, aunque si ocurre, el campo lo hará en mejores condiciones que nunca, con las viviendas remozadas y equipadas, con los coches nuevos, con algunos ahorrillos en muchos casos, otros hipotecados. De momento, tienen que embridar el tren de vida.
"Los hombres de campo nos adaptamos a cualquier trabajo"
Manuel Ramírez, 46 años, natural de Badolatosa (Sevilla), es de los muchos andaluces a los que la crisis ha apeado del andamio. Pasó del campo al andamio y ahora vuelve atrás. El paro lo sorprendió en julio cuando ganaba más de 100 euros al día en la Costa del Sol, y ahora sólo cobra 46 euros vareando olivos en una finca de Martos (Jaén). Ha suspendido el cobro del paro mientras dure la cosecha. Al amanecer, cuando el barrizal permite la entrada de los jornaleros a la finca, en el campo hace un frío que Manuel casi había olvidado. Tiene tres hijos, el mayor de los cuales trabaja en Agrosevilla. Su esposa coge aceitunas en Estepa, cerca de casa, donde cobra 42 euros al día. La crisis hace decir a Manuel que en vez de cambiar la furgoneta (Mercedes Vito) la arreglará. Sostiene Manuel: "Los hombres de campo valemos para cualquier tipo de trabajo".
En poco más de dos décadas - de 1980 a 2008-media Andalucía pasó del surco y el arado al ladrillo o al comercio. De la penuria del subdesarrollo a la abundancia en apenas una generación, algo que trajo consigo, entre otras cosas, que el PSOE encontrase allí su más fiel granero de votos. Ahora Andalucía puede verse abocada a la economía en precario. Hasta parece que con la incertidumbre retornan palabras casi borradas de la vida cotidiana: vendimia, temporero, subsidio, rebusca - acudir a las fincas cosechadas a recoger los restos que las máquinas dejan atrás-e incluso la compra de fiado. Todavía es más un temor que una realidad, pero los agoreros hablan del fin la época prodigiosa iniciada a finales del siglo XX.
Lo cierto es que, por primera vez en mucho tiempo, esta temporada sobra mano de obra en el campo. Unos 15.000 andaluces se han apuntado este año a las tareas agrícolas, lo que ha dejado fuera a miles de inmigrantes. Francisco Jiménez, natural de Albendín (Jaén), ha guardado de momento su profesión de albañil, ejercida ininterrumpidamente durante veinte años, y seha sumado a la cuadrilla en la que su esposa,
Luisa Pavón, lleva siete años cogiendo aceitunas junto a otra veintena de mujeres. Francisco ha estado un año en paro y aún no pierde la esperanza de retornar a la obra. Fiel reflejo de la transformación del campo andaluz es que Francisco y Luisa tardaron tiempo en comprar la casa después de casados, pero sus dos hijos, Francisco Luis y Jesús David, tienen casa comprada y todavía no se han casado. Pagan hipotecas de 700 euros. Francisco Luis es albañil en paro y Jesús David es carpintero, pero sus novias estudian.
En la finca La Zamajona, como en otras muchas de Andalucía, las mujeres predominan en las cuadrillas que cosechan la aceituna, consecuencia de la pasada marcha de los hombres a la construcción. Ahora ellos regresan y desplazan a los inmigrantes. El empresario, Ignacio Garrido, ha tratado sin éxito de cancelar la llegada de seis rumanos que pidió antes de tener conciencia de que este año iba a sobrarle mano de obra local. A los extranjeros no les queda más remedio que aguantarse, pero las mujeres se resisten. "No sé qué harán los demás agricultores, pero yo no las voy a sustituir después de que me hayan permitido cosechar durante estos años de escasez de hombres", resalta Garrido.
La mecanización generalizada del campo ha venido en auxilio de las mujeres. Su menor fuerza la compensan los vareadores mecánicos y quads para el arrastre de los lienzos que se ponen debajo de los olivos. Curiosamente, los primeros que han vuelto al campo son los que rondan los 50 años, quizá porque les inquiete el porvenir, quizá porque conozcan mejor las tareas agrícolas. Un efecto de los años de bonanza es que muchos jóvenes rurales veían los olivos desde lejos - lo mismo que los naranjos del valle del Guadalquivir, las fresas de Huelva o las viñas de Francia-o como vestigios del pasado. Por eso no extraña que falten tractoristas, taladores o fumigadores.
Las secuelas de estos años de espaldas al campo no se quedan en lo material, porque también se ha producido un desapego de la nueva generación hacia la tierra.
En el caso de Jaén y Córdoba, el olivo ha perdido peso como tótem cultural. Qué lejos queda aquel "andaluces de Jaén, aceituneros altivos", en el verso de Miguel Hernández. En realidad, los jóvenes no pueden volver al olivo porque nunca lo dejaron.
La paradoja es que un buen talador de olivos, naranjos o melocotoneros gana más que un oficial de albañilería, con la diferencia añadida de que al primero se lo rifan y el segundo difícilmente encuentra empleo. Otra consecuencia de lo ocurrido estos años es que mientras muchos chicos abandonaban pronto los estudios por la inmediatez de ganar abultados sueldos en la construcción o en el turismo, que enseguida convertían en buenos coches o gastaban en discotecas y copas - el modo de vida de los pueblos se ha urbanizado por completo-,las chicas continuaban hasta terminar una carrera. Ahora el desnivel formativo es abrumador a favor de ellas.
Los jóvenes rurales organizaron sus vidas y se hipotecaron según los ingresos que tenían, adoptaron hábitos plenamente urbanos, se engancharon a internet, a los viajes y a la ropa de marca. Sus casas fueron equipadas con lo último en electrodomésticos. Al contrario que sus padres y abuelos, el consumo lo llevan en la sangre. Ahora, el trabajo de jornalero les sirve de refugio momentáneo, pero peor pagados y más sacrificados que en el andamio. Entre otras cosas, obliga a una vida nómada, hoy cosechando aceitunas, mañana fresas, uvas, manzanas, espárragos... Y entre la primavera y el otoño, dos meses de pinche de cocina en la costa.
¿Aguantarán los jóvenes las nuevas condiciones de vida en el campo? El consejero de Agricultura, Martín Soler, niega que vaya a producirse una vuelta al pasado. "A lo sumo, habrá una corta transición y se impondrá otra forma de ver el campo. Tal vez la crisis sea una oportunidad para allegar sangre joven a las fincas, que profesionalicen las explotaciones, que agucen el ingenio y acometan la industrialización y la comercialización en serio". En lo inmediato, Martín Soler cree que una parte del trabajo agrario seguirá en manos de los inmigrantes y que los andaluces se reservarán los empleos de temporada, que compaginarán con las obras públicas y la industria agroalimentaria.
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