La apelación del Gobierno a la compra nacional choca con los cimientos de la economía
PABLO LINDE EL PAÍS 24/01/2009
En plena crisis global, en plena apelación universal a la mayor liberalización y movimiento del comercio en todo el mundo, el consumo patriótico ha vuelto de la mano del Gobierno.
- Sede:
- Madrid (España)
- Directivo:
- Miguel Sebastián (Ministro)
Ministerio de Industria, Turismo y Comercio
A FONDO
Miguel Sebastián anima a comprar lo propio y a hacer turismo en España
El proteccionismo se extendió tras el 'crash' de 1929 y empeoró la crisis
Los graniteros acusan al Ejecutivo de traer materia prima de fuera
La Generalitat catalana también apela a elegir productos locales
"Lo que hay que hacer es propiciar la competitividad" dice un experto
Otros defienden un consumo contenido y responsable ante la crisis
Frederic Bastiat, economista francés, fue uno de los grandes difusores de una idea cada vez más extendida a lo largo del siglo XIX: la inutilidad económica del proteccionismo. Un siglo después, tras el crash de 1929, estas enseñanzas se olvidaron y se produjo una profunda depresión que terminaría con la Segunda Guerra Mundial. A las puertas de la mayor crisis desde entonces, los principales líderes del mundo tomaron nota de este fallo y acordaron en la reunión del G-20 de noviembre pasado que una de las salidas era no poner cotos al comercio internacional. Meses después, sin embago, el ministro de Comercio de España, Miguel Sebastián, dijo: "Hay una forma de evitar que caiga el consumo sin que haya destrucción de empleo y para ello es necesario que los ciudadanos introduzcan un factor adicional al precio, ahorro, renta y calidad: el factor español".
Esta frase fue pronunciada el pasado miércoles, aunque el ministro ya llevaba tiempo insistiendo en el consumo de lo español para reducir las inclemencias de la crisis. No se puede hablar de proteccionismo, ya que en ningún momento se ha mencionado gravar o impedir las importaciones. Es, como lo han calificado algunos expertos consultados, "nacionalismo económico". Algo que en opinión de la inmensa mayoría de ellos no es un instrumento eficaz para luchar contra la actual situación económica. No sólo eso. Para alguno de ellos, como Arcadi Oliveres, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Pompeu Fabra, es "un perfecto error".
La tesis que sostienen muchos de estos economistas consultados es parecida a la que Bastiat mantenía hace más de 150 años: lo beneficioso para un país es especializarse en aquello que puede producir mejor, para poder intercambiarlo con otros y adquirir bienes a costes menores de los que les supondría hacerlos. En otras palabras, no hay que comprar mercancía nacional por el hecho de serlo, sino procurar que los productos españoles sean los más competitivos y que por eso se compren, tanto aquí como fuera.
Dar un valor añadido a los objetos por el simple hecho de ser españoles es, a la larga, perjudicial para el país, según Javier Díaz-Giménez, profesor de Economía de la escuela de negocios IESE. Asombrado porque el ministro pudiera haber pronunciado la frase que aparece en el primer párrafo de este texto, replicó: "Es de bombero pirómano". ¿Por qué? "Porque si compramos algo más caro y no tan bueno como lo hacen en otros sitios perdemos todos. Pierde el consumidor, que no tiene la mejor calidad-precio, y pierde el sistema, que está gastando recursos en hacer algo en lo que no somos los mejores". Pone un ejemplo con supuestos ficticios: "Si las corbatas italianas fuesen las mejores y en España costasen más baratas que las nacionales, comprémoslas y vendámosles a los italianos aerogeneradores, que es lo que nosotros hacemos bien. No gastemos energía en hacer corbatas malas y caras".
Hay otro gran problema en potenciar lo nacional frente a lo foráneo, según los expertos. Si todos los países alientan a sus ciudadanos en el mismo sentido y cuaja, el comercio internacional bajará y la salida de la recesión será mucho más difícil. Y la ocurrencia de Sebastián no es única. "Ya se están oyendo esas voces por todas partes; no es una buena política", dice Ramon Marimon, director del Programa Max Weber y profesor de Economía en el European University Institute. Dice que lo importante es que se consuma, en general, y que "precisamente lo que hay que evitar son los nacionalismos". Recuerda que fue uno de los factores que incidieron en la dificultad de remontar la crisis de 1929, y coincide con Díaz-Giménez en que lo "costoso es tener una economía no tan competitiva como debería serlo". "No porque nos cerremos vamos a aprender la lección. Las cosas que hacemos bien se venden por el mundo, como Zara. Algo que ha ido los últimos años bien es ser competitivos en algunos sectores y eso es lo que hay que potenciar ahora", explica Marimon.
En esta misma línea, hay decenas de opiniones. Pero también existe alguna excepción. Uno de los jefes de departamento de Economía Aplicada de la Universidad Complutense, José Carlos Fariñas, acepta algunas de las pegas que ponen sus colegas a este incentivo de lo nacional, pero piensa "que es una propuesta con lógica". No cree que sea algo tan peligroso como lo pintan algunos analistas, "se trata sólo de modificar un poco las pautas de consumo". Como son imposibles medidas como la devaluación de la moneda, animar al consumo de lo nacional puede suponer, en su opinión, una forma de combatir el déficit exterior en unos 7.000 millones de euros (lo que equivaldría a una rebaja del 7%).
Sebastián dijo que si cada ciudadano español sustituye el consumo de 150 euros en productos extranjeros por el de artículos made in Spain se podría evitar la destrucción de 120.000 empleos. "Mejor ir a Sierra Nevada que a los Alpes", apuntó.
Más allá del rechazo mayoritario de estas tesis en los círculos económicos, hay otro consenso: es casi imposible llevarlas a cabo. Incluso los menos críticos con el ministro, como Antón Costas, catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, creen que es "un canto de sirena, un grito desesperado". "Se trataría más bien de crear una cultura como en Alemania o Francia, donde sienten que los productos propios son buenos y por eso los compran. Eso es más efectivo que llamar a comprarlos por ser españoles, cosa que difícilmente se va a conseguir", explica Costas.
Difícilmente porque, en opinión de las asociaciones de consumidores, es muy complicado que los ciudadanos sepan de dónde vienen los productos. Rafael Sánchez Vicioso, de FACUA, dice que nadie conoce la procedencia y que no es esta la obligación del consumidor. "Lo que la gente tiene que hacer es mirar la relación calidad-precio y llevarse lo que mejor le venga", dice. La portavoz de la OCU, Ileana Izverniceanu, añade que no se puede poner en el consumidor la responsabilidad de crear empleo y que "la gente quiere comprar bueno, bonito y barato", independientemente de la procedencia.
Esta teoría se la aplica incluso la propia Administración. Horas después de que Sebastián hiciese su propuesta de comprar español, la Asociación Gallega de Graniteros (AGG) denunció la "incongruencia" del Gobierno, que "prima" el granito procedente de China en las obras públicas españolas. Ponen el ejemplo de AENA, que, según dicen, se abastece de esta materia prima oriental en "gran parte de las obras de ampliación de sus aeropuertos".
La exaltación a toda costa del producto propio les recuerda a algunos al boicoteo al cava catalán de hace tres años. Lo menciona Antonio Pulido, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid. Entonces se creó toda una red de páginas web que apuntaban cuáles eran los productos de Cataluña y se ofrecían alternativas. La Conselleria de Comercio no aclara cómo afectó a las empresas de esta región, que registraron menores ventas, pero lo cierto es que el Departamento de Agricultura de la Generalitat puso en marcha hace un par de años una campaña de promoción de lo autóctono que incluía descuentos de hasta un 20% en más de 300 productos catalanes. No es de extrañar que el responsable del ramo, Joaquim Llena, apoyase enérgicamente las teorías de Sebastián, pero, en su caso, para animar a consumir en catalán. Se trata, dijo, de conseguir hacer frente al reto de los mercados exteriores y crear una cultura de país que cree en sí mismo, de aumentar la autoestima. ¿A dónde nos llevaría generalizar esa vía?
Hay una diferencia entre esto e introducir el "factor español" como uno más, al lado de ahorro, según dice Díaz-Giménez: "Una cosa es promocionar la calidad de unos productos, crear una marca con identidad propia y otra bien distinta el proteccionismo rancio. Si las cosas de tu región son buenas y las quieres comprar, hazlo, pero no sólo porque sean de tu región". Es lo que opina el consejero andaluz de Agricultura, Martín Soler, quien, sin estar en desacuerdo con la promoción de lo español, defiende las campañas de alimentos andaluces como una plataforma de marketing comercial que pretende diferenciar productos a base de calidad, seguridad alimentaria y ligándolo todo a la dieta mediterránea.
El catedrático Arcadi Oliveres introduce aquí un parámetro muy distinto al que manejan el resto de los economistas consultados: el sostenimiento y el ecologismo. "Yo soy partidario del consumo de proximidad porque es más razonable, menos contaminante, pero no por nacionalismo. Si estoy en Cataluña, Francia también está próxima". Una rara avis entre sus colegas, está en contra del aumento del consumo que defienden todos los demás, ya que "el planeta no da más de sí". "Quienes tienen que aumentar su consumo son los países pobres, y nosotros, reducirlo", añade.
Esta bajada es justo lo contrario que pregona el presidente del Gobierno para salir de la crisis. Zapatero hace hincapié en la necesidad de recuperar la confianza y consumir. A las palabras de su ministro de Industria dijo que "ni él ni nadie va a restringir el consumo de productos extranjeros". Zapatero recordó que "es evidente" la retracción que ha sufrido la demanda interna en la economía española en los últimos meses, lo que hace "conveniente" que los ciudadanos y las familias españoles consuman, aunque siempre en función de sus necesidades y su "libre decisión".
El Ejecutivo es el responsable de crear esta demanda interna, según Gregorio Izquierdo, director del servicio de estudios del Instituto de Estudios Económicos. "Tiene que poner el marco para que lo español sea más competitivo", dice.
Todo lo demás es una visión "cortoplacista y miope", según varios de estos expertos. A alguno le recuerda a otra teoría del francés Bastiat: la falacia de las ventanas rotas. Aseguraba que lo que hay que tener en cuenta son las consecuencias a largo plazo. La falacia consiste en pensar que si alguien rompe la ventana de un establecimiento está haciendo algo positivo por la economía, puesto que el dueño tendrá que gastar dinero en repararla. Este pensamiento no tiene en cuenta que si el cristal no se hubiese roto, el empresario podría haber invertido en otra cosa que también crease empleo y que pudiese generar algo nuevo en lugar de sustituir lo ya existente. Desde este punto de vista, comprar cosas españolas que no son las más competitivas es algo parecido a romper la ventana de un negocio.
GABRIEL TORTELLA 24/01/2009
La afirmación del ministro de Industria, Miguel Sebastián, de que la solución a la crisis exige que compremos artículos españoles y hagamos turismo en España ha ido seguida inmediatamente de la llamada de un representante de la industria hotelera reclamando que pasemos nuestras vacaciones en España y no en el extranjero. ¿Estamos ante un resurgir de la opinión proteccionista, en favor de las restricciones al comercio y en contra de la importación? Ya los estadounidenses en la Gran Depresión de los años treinta popularizaron aquello de buy American (compre americano) y beggar-thy-neighbor (arruina al vecino o sálvese quien pueda); y lo malo es que lo pusieron en práctica. Las frases de Sebastián recuerdan tristemente aquel dicho que se contaba de Abraham Lincoln: “Yo no sé nada de economía, pero sí sé que si compro un abrigo americano, aquí quedan el abrigo y el dinero, mientras que si lo importo, aquí se queda sólo el abrigo”. Tras citar la historieta, el economista P. T. Ellsworth añadía: “Lo único cierto es la primera afirmación”.
En efecto, la economía nació combatiendo el proteccionismo. El famoso libro de Adam Smith, La riqueza de las naciones, es un largo alegato en favor del libre comercio, y sus mejores discípulos no hicieron sino afinar y depurar sus razonamientos. Durante todo el siglo XIX, el debate entre librecambistas y proteccionistas fue el gran campo de batalla de la economía, en España tanto o más que en el resto del mundo. Entonces ganaron los librecambistas, y siguió una era de crecimiento; pero en la primera mitad del siglo XX cambiaron las tornas: guerras, revoluciones y Gran Depresión produjeron una vuelta a un proteccionismo radical: aranceles tradicionales, cuotas, prohibiciones, control de cambios y de capitales. El resultado fue catastrófico. El remedio no hizo sino agravar la enfermedad. Estados Unidos dio el pistoletazo de salida en 1929 con el nefasto arancel Smoot-Hawley, que fue seguido por toda clase de medidas proteccionistas en el mundo, lo que dio lugar a una reducción del comercio internacional del 66%. El desempleo se disparó.
Tras la Segunda Guerra Mundial fue volviendo el consenso librecambista y el crecimiento fue sin precedentes. Ahora, en plena depresión, ¿queremos agravarla y alargarla recurriendo a un proteccionismo miope?
Gabriel Tortella es catedrático emérito de Historia Económica de la Universidad de Alcalá de Henares.
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