Hay muchos libros que son una mierda. Hay pocos que traten directamente de ella. Una periodista, Rose George, ha tenido el valor de entregar todos sus desvelos como ensayista a un tema del que sólo hablan abiertamente los niños y los matrimonios en los que ya no hay sexo. Los matrimonios que ya sólo son como un par de zapatos viejos, sin lustre pero cómodos, dedican su confianza no a hablar de las cosas que producen placer compartido, como el amor carnal, sino a explayarse sobre esa actividad solitaria a la que según la investigadora George dedicamos tres años de una vida de longitud estándar. El libro se llama The Unmentionable World of Human Waste and Why it Matters ("El innombrable mundo de los residuos humanos y por qué importa"). La autora tiene la idea de que el tabú empieza por el nombre en sí, que nunca es neutro, como en el sexo, donde se puede hablar de "practicar" y suena muy higiénico; yo lamento discrepar: se llame cómo se llame esta actividad, evacuar, defecar, hacer de vientre u obrar, la imagen que aparece en la mente de inmediato es la de una persona en la posición innoble del Caganer. Nuestra osada George trata todos los aspectos que devienen de esta apestosa actividad: desde la relación que tiene la falta de alcantarillado en la propagación de enfermedades como el cólera o el tifus (sólo cuatro de cada diez seres humanos tiene váter) hasta curiosos detalles históricos, como que el éxito fulgurante de los tacones en el siglo XVII se debió a que alejaba el pie de las señoritas de la mierda callejera. Admiro el tesón de Rose George, que ha dado la vuelta al mundo inspeccionando váteres y corrales, advirtiendo que las principales víctimas de la falta de higiene son los niños, que mueren, fundamentalmente, por diarreas. Las diferencias sociales están ahí más que en ningún otro aspecto de la vida. Seguro que algunos de los lectores de este artículo que superen cierta edad tendrán recuerdos del corral en invierno; los de mediana edad podemos tenerlos de las tazas heladas, del gancho con papeles de periódico colgados en los servicios de los bares, de aquel papel, El Elefante, tan entrañable como ineficaz. El paso que se ha dado desde ahí hasta el eufemístico anuncio del perrito es, en lo que se refiere a nuestra vida cotidiana, mayor que el que dio Armstrong cuando pisó la luna. A pesar de los avances, no estamos en la vanguardia en materia evacuatoria: los más refinados inodoros se encuentran en Japón, donde se ha ideado un váter-bidé en el que no es necesario usar papel higiénico porque el trono dispone de un chorro de agua que deja la zona como un melocotón. No sé cuán extendido estará tan precioso sillón pero del país del sol naciente surgen voces que nos dicen que limpiarse la parte trasera con un papel es una gran guarrería. Los alemanes, al parecer, están poniendo su granito de arena en higienizar el acto de la micción. Ya se sabe que mear de pie es cosa de machotes, pero dado que el vapor que produce el masculino chorrito ensucia el ambiente, mear sentado es tendencia. No está mal. Los manuales budistas aconsejan disfrutar de cada hecho físico y no considerar ningún acto como un tiempo desaprovechado. No está mal. Incluso existe algún manual de arquitectura japonesa en la que se considera del todo recomendable que el baño sea el lugar más recoleto de la casa. Ese consejo me viene siempre a la cabeza cuando en Nueva York, la reina de la suciedad de las ciudades occidentales, visito toilets cuya puerta se encuentra absurdamente situada en la propia cocina; así que el cliente se ve en la obligación de saludar a unos cocineros mexicanos que están al tajo, buenos días, buenos días, y, como es natural, les hace partícipes de los inevitables sonidos que surgen del cuartillo diminuto. Se ve que el arquitecto Sáenz de Oiza era del todo partidario de la dignificación japonesa de los retretes porque, según pude comprobar esta misma semana, dotó a los servicios de la universidad pública de Pamplona de unos ventanales que inundan de luz las letrinas. Lástima que no considerara necesario que esa misma luz, escasa y sagrada en el norte, entrara con la misma intensidad en las aulas (quitando ese significativo detalle, la universidad es bella). Repito, admiro a esa mujer que pudiendo haber escrito un ensayo sobre la sofisticación de la nueva cocina, ha dedicado su esfuerzo intelectual a describir lo más sucio. Lo innombrable. Una vez hablé de la toxicidad de los pedos de las vacas y algún lector me escribió para afearme la conducta. Y eso que vivimos en el país de Sancho Panza, el humorista más escatológico de la historia. El tiempo me ha dado la razón y ahora mismo, en una exposición sobre el calentamiento global que ofrece el Museo de Ciencias de Nueva York, se da cuenta de los gases vacunos. Y, por terminar con algo positivo, un consejo utilísimo de acupuntura que nos brinda la señora George: si a usted le da un apretón en un momento inoportuno (Dios no lo quiera), coja un palito y dibuje unos círculos en el sentido de las agujas del reloj sobre la palma de su mano izquierda. Dicen que el apretón se esfuma. Lo que no sé es si en sentido inverso será útil contra el estreñimiento. Por probar. -
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