Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva
Richard Wilkinson y Kate Picket
Traducción de Laura Vidal Sanz
Turner. Madrid, 2009
315 páginas. 22 euros
ENSAYO. SUELE PENSARSE que la pobreza es la causa última de problemas sociales como el fracaso escolar, la violencia juvenil, la toxicomanía o la criminalidad. Pero en realidad no es así, pues esas patologías abundan en las sociedades más desarrolladas. Aunque no en todas, pues mientras en algunas de ellas están creciendo sobremanera, en otras brillan por su ausencia. ¿Cómo explicar esta paradoja? La clave no está en la pobreza sino en la desigualdad: en la distancia que separa a las élites de los desfavorecidos. Este libro de epidemiología social, escrito con amplia información y claridad admirable por dos expertos británicos en salud pública, demuestra que los factores que determinan la calidad de vida están estadísticamente relacionados con el grado de desigualdad inscrito en la estratificación social. Para ello construyen un Índice de Problemas Sociales a partir de nueve indicadores: mortalidad, trastornos mentales, obesidad, maternidad adolescente, fracaso escolar, criminalidad, población reclusa, desconfianza cívica y falta demovilidad social.
Después lo correlacionan con una muestra de 21 países desarrollados, así como con los 50 Estados de Estados Unidos. Los resultados que obtienen son demoledores e incontestables. Tanto para el índice total como para cada una de las nuevas variables, los niveles más favorables de calidad de vida se dan en las sociedades más igualitarias: Japón y los países nórdicos. Y en cambio, los indicadores más desfavorables aparecen en las sociedades más desiguales, con Estados Unidos y Reino Unido a la cabeza, encontrándose Francia o España en posición intermedia. Pero lo más significativo es que los efectos patológicos de la desigualdad afectan no sólo a las clases desfavorecidas sino también a las acomodadas. Por eso, las élites estadounidenses o británicas padecen mayores problemas sociales que las clases medias y bajas de los países igualitarios. Y el porqué esto es así se debe a la envidia, mucho mayor en las sociedades desiguales. El nivel de estrés y propensión a padecer patologías sociales depende de la comparación con los demás, según la posición relativa que se ocupa frente a ellos. Y esas comparaciones ajenas resultan tan insoportables que afectan tanto a los superiores envidiados como a los inferiores envidiosos.
Pues sólo la equidad social nos libra de padecer el maligno virus de la envidia mórbida.
Babelia. El País. 24-4-2010
Enrique Gil Calvo
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