"Quiero hablar de un viaje que he estado haciendo, un viaje más allá de todas las fronteras conocidas..." James Cowan: "El sueño del cartógrafo", Península, 1997.

martes, 15 de febrero de 2011

Túnez y la cultura de la evaluación

Indicadores
Josep María Ruiz Simón
LA VANGUARDIA, 15 de febrero

La cultura de la evaluación siempre es un poderoso incentivo para la creación de universos paralelos

Hay muchas maneras de acer­carse a un país. Una de las que parece gozar de más prestigio es la lectura de in­formes elaborados anualmente con cri­terios empíricos por instituciones para los que trabajan expertos de una exce­lencia académicamente acreditada, co­mo el Banco Mundial o el Foro Econó­mico Mundial. Resulta una experiencia fascinante viajar a Túnez tomando co­mo guía estos informes. Una de las bue­nas noticias que suministra el último ín­dice de Competitividad Global (2010 -2011) coordinado por Xavier Sala i Mar­tin para el Foro Económico Mundial es que este país norteafricano ha subido en un año 8 posiciones en este ranking situándose como la 32 economía más competitiva del mundo, 10 posiciones por encima de España, que ha bajado 9. No es esa la única alegría que los infor­mes han querido dar a los tunecinos. Se­gún el Doing Business Report 2011, que aspira a medir objetivamente los países en función de su carácter amigable con los negocios, Túnez sube tres posicio­nes, de la 58 a la 55, todavía lejos de Ir­landa (que a pesar de su debacle econó­mica no desaparece del top ten), pero de­jando muy atrás a Italia, que se descuel­ga de la 76 y cae hasta la 80.



A pesar de que apunta que precisa progresar en algunos aspectos, la ima­gen de Túnez que ofrece el informe es la de un país que reacciona con rapidez implementando las buenas prácticas que le permitirán salir airoso de la crisis y al que se bendice por ser el que más ha mejorado en uno de los indicadores, el que mide la facilidad en el pago de im­puestos. Esta nada mala imagen encuen­tra un interesante complemento en otro de los informes del Banco Mundial, el que mide la calidad de la famosa gober-nanza, publicado en el 2010. En este índice, el país norteafricano saca su mejor nota en el indicador de estabilidad polí­tica, en el que obtiene un empate técni­co con el Reino Unido y se sitúa muy por encima de España. Según el propio documento este indicador mide, con un margen de error del 10 por ciento, las percepciones de la probabilidad de que el Gobierno pueda ser desestabilizado o derrocado por medios inconstituciona­les o violentos.


Estos informes presentan Túnez co­mo un país líder en las reformas econó­micas favorables al crecimiento, que me­jora en sus cifras macroeconómicas, que tiene una deuda manejable y que dispone de un régimen político de una firmeza inconmovible, como un país cu­ya principal fuerza radica, según los in­formes del Foro Económico Mundial, en la eficiencia de sus instituciones de gobierno y que, por supuesto, tiene en la poca flexibilidad de su mercado laboral, que impide un mayor crecimiento de la economía, uno de sus grandes proble­mas. Su lectura tras la caída del régimen de Ben Ali pone de manifiesto no sólo que la literatura de ciencia ficción goza de buena salud, sino también, y sobre to­do, que la cultura de la evaluación siem­pre es un poderoso incentivo para la creación de universos paralelos.

La industria del miedo



FUENTE: http://edicionimpresa.lavanguardia.es/premium/epaper/20110213/54113637198.html

Albert Chillón y Lluís Duch

El miedo es una auténtica industria que da pingües beneficios a los cada vez más impunes rectores del mundo
Inseparable de la condición humana en todo tiempo y lugar, el miedo adopta en nuestros días rostros inéditos, que se añaden a los que históricamente - por mor de guerras, coerción, epidemias o penurias-han afligido a los sujetos. El mundo posmoderno y globalizado ha sido descrito por Ulrich Beck como una sociedad del riesgo donde se esfuman los valores, patrimonios y certezas que hasta hace poco parecían intocables; y donde "todo lo que es sólido se desvanece en el aire", en lúcida profecía de Karl Marx. Una época desazonante e imprevisible, en vertiginosa aceleración, en la que cada quien se siente huérfano de las presuntamente fiables cartografías tradicionales - añejas o modernas-y se enfrenta a la quiebra de lo dado por garantizado, fenómeno que halla su más nítido ejemplo en la actual demolición del Estado de bienestar y su acervo de provisiones y derechos.

La colosal mutación en curso está poniendo patas arriba el statu quo que cuajó tras la Segunda Guerra Mundial, y sus derivas de fondo - económicas, políticas, tecnológicas, ideológicas-están precipitando convulsiones que la ciudadanía encara con manifiesto desnorte y desasosiego. A la fractura de su confianza en las instituciones y procederes vigentes, palpable en su creciente inhibición respecto de la res pública y en el deterioro de la praxis democrática, se agrega lo que Richard Sennet ha llamado corrosión del carácter, un debilitamiento psíquico y moral alentado por la precariedad laboral, cívica y legal en que se desenvuelve su existencia, abrumada por múltiples amenazas. Sólo en parte superados o mitigados por la ciencia y sus frutos, los sempiternos miedos - a la desolación y la enfermedad, a la muerte y la indefensión- hallan hoy renovadas causas y fuentes, inducidas por un neocapitalismo depredador que socializa las pérdidas y privatiza las ganancias, y que tiende a hacer de cada cual una simple biela de ese complejo global de dominio sobre los tiempos y los territorios, las mentes y los cuerpos que Toni Negri y Michael Hardt han dado en llamar imperio.

Cierto es que a los seres humanos siempre nos aqueja un miedo basal, derivado de la finitud y la contingencia, la necesidad y la escasez que nos son propias. Y que inevitablemente devanamos un presente incierto, un ahora sucesivo cuyas ausencias debemos poblar a cualquier trance: las del pasado que sin remedio se fue, retejido en un a menudo engañoso encaje de memoria y olvido; y sobre todo las del futuro, que es entera incerteza. De ahí que sin cesar recurramos a un variopinto abanico de simbolismos, movidos por la esperanza de conjurar las turbaciones que suscita nuestra condición indigente y ambigua. Navegantes en la bruma, somos animales simbólicos, según la feliz expresión de Ernst Cassirer, y sólo mediante las distintas formas de simbolización - el lenguaje y el mito, la religión y el arte, la ciencia y el rito-colmamos de plausible sentido las carencias que nos constituyen.

También es verdad, no obstante, que los muchos semblantes que en cada época adopta el miedo consienten sofisticadas manipulaciones de los poderes genuinos, llámense terrenales o espirituales. Y que su promoción y gestión - modelando la memoria y la imaginación-son objeto de atención prioritaria por las instituciones y dispositivos que ejercen lo que Foucault llamó biopoder, un sutil e insidioso sistema de dominio que aspira a regular todos los estratos y magnitudes de la vida pública, privada e incluso íntima: desde los grandes flujos dinerarios hasta los lances y trances del escenario partidista; desde los discursos e imaginarios que propalan los medios de comunicación hasta los modos supuestamente singulares en que los sujetos cultivan sus opciones y estilos, el vidrioso aunque crucial ámbito de la identidad y la libertad mismas.

El miedo no es hoy sólo, pues, un rasgo cardinal de la especie, sino una auténtica industria que rinde pingües beneficios a los verdaderos y cada vez más impunes rectores del mundo, esos que - como el amo de El castillo de Kafka-manejan los hilos de la seductora teatrocracia desde sus cuasi inaccesibles bambalinas, amparados por la degradación ética y pedagógica, la mojiganga partidista y la complicidad de demasiados ciudadanos. Las agencias e instancias que de consuno sostienen el espectacular, estetizado y risueño imperio global son proclives a fomentar temores cuyo alcance y hondura suelen rebasar las realidades que los inspiran y también a inventar aprensiones basadas en muy rentables falacias - así las que sacralizan las identidades, demonizan la alteridad o rinden culto estulto al cuerpo-.Simbolismos de la amenaza, en suma, que hoy hacen de la continua apelación a los quiméricos mercados su espantajo más falaz y letal: un ubicuo, omnisciente fantasma carente de responsabilidad y faz, mistérico oráculo capaz de regir los destinos comunes sin atenerse a principio alguno ni rendir cuentas a nadie. Iglesias, estados, corporaciones y poderes fácticos de todo pelaje hacen del miedo un formidable negocio, y de sus abundantes réditos, un temible, avasallador subterfugio para lograr la anuencia o el acatamiento de las amedrentadas mayorías, una diabólica arma de sumisión en tiempos de ceguera y crisis.

A. CHILLÓN, profesor titular de la Universitat Autònoma de Barcelona y escritor LL. DUCH, antropólogo y monje de Montserrat