OBSERVATORIO GLOBAL
Rajoy ha hecho el ridículo ante el mundo asegurando primero que
España no necesitaba rescate, nacionalizando Bankia sin tener dinero
para pagarla y, finalmente, apelando a un rescate diciendo que no era
tal sino tan sólo ayuda financiera para los bancos y no al Gobierno, sin
consecuencias sobre las políticas económicas. Siendo así que los fondos
de recapitalización van al FROB, o sea al Gobierno, y que, como le han
recordado desde la Comisión Europea, el Gobierno es el responsable en
último término de la deuda contraída. Es más, la troika supervisora
(BCE, CE y FMI) ha condicionado la continuidad del crédito de 100.000
millones al cumplimiento de objetivos macroeconómicos y a la continuidad
de las “reformas” (léase más recortes de prestaciones sociales y empleo
público). Alusiones irónicas al orgullo español, que se niega a aceptar
la realidad de economía asistida (de hecho intervenida desde mayo del
2010), llenan páginas de la prensa internacional. Lo que sería
simplemente un nuevo episodio tragicómico de nuestra impresentable clase
política si no fuera porque tiene consecuencias graves sobre la
credibilidad del rescate con relación a mercados e inversores. Así que
tras haber hipotecado aún más el país, asumiendo desde el Estado la
insolvencia de la gran mayoría de las instituciones financieras, la
prima de riesgo sigue por encima de los 500 puntos de diferencial con
Alemania y el tipo de interés de los bonos a diez años cerca del nivel
de alarma del 7%. Y la jactancia de que hemos conseguido mejores
condiciones que Grecia, Portugal e Irlanda ha provocado la lógica
demanda de dichos socios de obtener condiciones equivalentes, reabriendo
la negociación de sus rescates.
Es cierto, sin embargo, que la debilidad de la economía española no
está en la economía propiamente dicha, una vez superada la burbuja
inmobiliaria, sino en el
nivel de endeudamiento privado, en la
insolvencia de entidades financieras, de empresas y de hogares. Y como
la huida hacia delante de Zapatero gastándose lo que no tenía para
sostener la ficción de que no había crisis endeudó también al Estado,
hemos acabado sepultados por esa masa de deuda cuyas proporciones ni
siquiera se conocen por la opacidad de las instituciones financieras y
por el trapicheo de las cuentas de gobiernos central y autonómicos.
Deuda impagable en las actuales condiciones de recesión económica. Tanto
más cuanto que el Gobierno se ha comprometido irresponsablemente a
reducir el déficit público, que era del 8,9% del PIB en el 2011, al 3%
en el 2014. Y aunque no será capaz de cumplirlo, simplemente hacer como
que lo intenta implica redoblar recortes hasta dejarnos en los huesos e
imponer condiciones draconianas a los trabajadores públicos y privados
so pena de despido. De forma que el rescate de la banca se hace a través
del Gobierno, gravando aún más los intereses de la deuda pública, que
pagan los ciudadanos, endureciendo las condiciones sociales y laborales y
profundizando la recesión por la caída de la demanda interna.
Lo único que aún mantiene el pulso económico es la actividad
exportadora, pero con tendencia decreciente porque cae la demanda en la
eurozona, nuestro mercado principal, y se cierra el
grifo del crédito a
las empresas. Es decir que
el rescate de los bancos, indispensable para
evitar una catástrofe financiera y un eventual corralito,
se ha hecho de
tal forma que agrava todavía más la situación de la economía real sin
introducir perspectivas de salida de la crisis a corto plazo. Más aún:
como no hay posibilidad de reducir el déficit al nivel que se ha
prometido y como poco más se puede ya ajustar en condiciones laborales,
ni siquiera es seguro que los controladores teutones acepten mantener
hasta el final la línea de crédito de financiación bancaria. Y todo ello
sin explicación honesta a los ciudadanos de cuáles son los datos del
rescate ni sus implicaciones. Sin explicación del
monumental fallo en
las tareas de supervisión del Banco de España, dejando que su
expresidente se vaya de rositas diciendo que nadie sabía la gravedad de
la crisis (por cierto, yo sí…) y echándoles la culpa a los políticos. ¿Y
por qué, entonces, no se explican los políticos? ¿Por qué no hacemos
como en Islandia cuando, tras el colapso bancario del 2008, se
convocaron nuevas elecciones porque
banqueros y políticos habían tejido
una madeja de intereses que no se podía desenredar?
Ante todo este sacrificio, todo este secretismo en aras de la
supervivencia del euro y hasta de la UE, recordemos que
hay diez países
en la Unión que no están en el euro y que están mejor que la eurozona.
¿O es que el ideal europeo se reduce a la unión bancaria y monetaria?
¿Se está intentando crear una federación europea sin decirlo y sin
someterlo a referéndum popular?
Si la única salida de la crisis de la
economía real a corto plazo es la exportación y la única forma inmediata
de estimular la competitividad es devaluar saliendo del euro, habrá que
elegir en su momento entre extinguirnos paulatinamente con un euromarco
que no podemos sostener o reconvertirnos a la peseta y rehacer la
economía y la vida con autonomía de país y gobernantes democráticos que
acepten corregir un error histórico que benefició sobre todo al sistema
financiero y a Alemania y su entorno. Como es Alemania quien de verdad
necesita el euro, si lo quiere que pague por él mutualizando la deuda,
invirtiendo en la reconstrucción económica de la periferia y
compartiendo poder en las instituciones europeas. Federalismo sí, pero
no en sentido único. Y si los ciudadanos tienen que sacrificarse por el
euro, que se sepa por qué, que se abra un debate real, que se sepan los
costes y los beneficios en lugar del actual terrorismo ideológico de
amenazar con catástrofes innombrables a quienes se atreven a poner en
duda el pensamiento único del euro. La disolución del euro es ahora la
hipótesis más probable. Hagámoslo ordenadamente, en función de los
intereses de los ciudadanos y bajo su control.