"Quiero hablar de un viaje que he estado haciendo, un viaje más allá de todas las fronteras conocidas..." James Cowan: "El sueño del cartógrafo", Península, 1997.

miércoles, 11 de enero de 2012

¿Saldremos de todo esto en 2012?

EL MUNDO 11/01/2012

FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO

El autor considera frustrante que el pasado año acabara sin respuesta para ninguno de los grandes desafíos globales

Critica a la actual clase política tanto de EEUU como de Europa, tachándola de incapaz para afrontar la crisis
UNO DE LOS estereotipos que tenemos los europeos de nuestros amigos estadounidenses es que carecen de un sentido irónico de humor. Ahora sé que es verdad. «En 2011 -dije hace unos días en CNN.com- no sucedió nada». A continuación me llegaron un montón de correos electrónicos de protesta, argumentando que, por ejemplo, en Dakota del Norte habían experimentado fenómenos meteorológicos extremos, que los Packers de Green Bay habían ganado la Copa de fútbol americano, que algunos -aunque dolorosamente pocos- de los desempleados de Scranton (Pennsylvania) habían encontrado trabajo, y que en Tuscaloosa (Alabama), Fulano de Tal se había enamorado.

Por supuesto, sucedieron muchas cosas a lo largo de 2011, algunas de las cuales fueron dignas de ser destacadas en los medios de comunicación, y quizá incluso alguna -ya veremos- en libros de Historia que quedan por escribirse, tales como los alzamientos antigubernamentales en varios países árabes, la crisis del euro, el comienzo de la retirada estadounidense en Irak, la dimisión de Berlusconi, el triunfo del Partido Popular en España, y las muertes de Václav Havel, Osama bin Laden, Gadafi y Kim Jong-il. En el caso de los movimientos indignados de protesta en varios rincones de Occidente, tales como la ocupación de Wall Street, el movimiento del 15-M en España o las manifestaciones contra la política de austeridad en Grecia, es posible que estemos ante acontecimientos capaces de lograr cierta resonancia y de tener consecuencias para el futuro.

Pero insisto en que el año pasado llamó la atención más por lo que no sucedió que por lo que sí llegó a pasar. No se respondió debidamente a la crisis del euro, sino que se ha dejado que se agrave sin intentar ninguna estrategia radical para evitarlo. No se hizo nada para mejorar el medioambiente mundial, sino que la Cumbre de Durban terminó aplazando las decisiones que todo el mundo sabe que son urgentes. No se solucionó la crisis financiera y económica mundial, ni se castigó a los culpables del desastre de 2008, sino que los peces gordos siguen engullendo sus provechos. No se resolvió el enfrentamiento entre Irán y las potencias occidentales a pesar del hecho incontestable de que la República Islámica es un país demasiado fuerte y demasiado peligroso como para dejarle abandonado en un aislamiento resentido. No se ha dado ningún paso adelante en el proceso de paz en Oriente Próximo ni en Afganistán. No se aprovechó la Primavera Árabe para evitar el choque de civilizaciones ni nutrir la democracia. No se llevó a cabo la iniciativa del presidente Obama para crear un Estado del Bienestar en Estados Unidos.

Pienso en el famoso cuento de Sherlock Holmes del problema curioso del ladrar del perro en la noche. «Pero es que el perro no ladró», comentó Watson. «Efectivamente», contestó Holmes, explicando que así se sabía que el perro conocía al criminal. A veces, lo que no pasa cuenta mucho. Para identificar al responsable del crimen, Holmes tuvo que reconocer el silencio del perro. Para comprender la actualidad del mundo, tenemos que explicar la ausencia de logros importantes en el relato de 2011. 

Mientras escribo estas líneas en Chicago, la ciudad hogar del presidente Obama, los rascacielos están surgiendo de la oscuridad de la noche, como gigantes altos y anchos de espaldas, para romper una madrugada de oro y topacio claro. En esta urbe inmensa y soberbia da la sensación de que toda ambición puede realizarse y de que todo esfuerzo, todo sacrificio, merece la pena. Es evidente, empero, que el gran impulso histórico que llevó este país a ser la única superpotencia mundial está tocando a su fin. La incompetencia de la clase política ha dejado estancado al Gobierno y ha arrestado al progreso. Cuando fracasó la propuesta presidencial de introducir un sistema de salud público financiado por el Estado, se acordó, con gran dificultad, en el Congreso y el Senado estadounidenses un esquema para aumentar modestamente el alcance del suministro de servicios de salud mediante subsidios a compañías aseguradoras privadas. Pero éste plan tampoco agradó a la derecha. Y se rechazó por la mayoría de los gobiernos o legislaturas estatales, que acusaron al presidente de querer imponer medidas «socialistas» e «inconstitucionales». Ahora el caso ha encallado en los tribunales, mientras los pobres siguen enfermándose y muriéndose.

Pasó algo parecido con los Presupuestos. Algunos políticos rechazaron cualquier intento de subir los impuestos de los ricos, a pesar de que Warren Buffet -supuestamente el billonario más rico del país- criticó abiertamente que en EEUU los ricos «pagamos un porcentaje menor que nuestras secretarias y camareras». Otros, del otro lado, se negaron a recortar el presupuesto social sin subir los impuestos. Por tanto, no se votó el Presupuesto de 2012.

Además, el valor de los bonos de EEUU ha bajado. Y el país ha perdido su ranking de primera clase en el mundo financiero. La situación recuerda un poco a la de las dos Españas históricas. Hay dos países dentro del Estado, incapaces de hacer concesiones recíprocas, ni de alcanzar soluciones intermedias, ni de fiarse uno del otro. No se trata solamente de la intransigencia de los partidos, sino también de la falta de entendimiento entre el Gobierno federal y los estados. Ambos apelan a los tribunales y ninguna parte, mientras tanto, puede poner en marcha sus propuestas legislativas.

La democracia no ofrece salida ninguna. Las elecciones se abandonan por millones de votantes y se compran por millones de dólares. El sistema se elaboró históricamente como un intento de evitar conflictos violentos, estableciendo un equilibrio entre los órganos ejecutivos, judiciales y legislativos, así como entre los estados y el Gobierno federal. Ahora, en lugar del equilibrio, nos encontramos atrofiados. La Casa Blanca no hace nada, sino echar la culpa a los demás, sencillamente porque está maniatada, no puede hacer nada.
En la Unión Europea la situación es parecida, con un sistema teóricamente consensual pero que en la práctica hace imposible que se puedan lograr los acuerdos precisos entre los 27 países miembros para hacer frente con eficacia a crisis tan radicales como la actual. El proceso político es esclerótico. Hasta cierto punto, la estrategia de no hacer nada y limitarse a imponer medidas de austeridad a los países más afectados, es acertada, ya que todos sabemos que el euro se salvará: es demasiado útil para descartarse, y los alemanes, a pesar de sus quejas, seguirán dispuestos a ayudar con las deudas de sus clientes para mantener un sistema que favorece tanto a sus propias industrias. Pero parece mentira que mientras tanto aguantemos cada vez más paro, más miseria y mayor degradación de la sociedad de bienestar.

Aquí tampoco parece que nuestra democracia valga mucho. En España mantenemos la ilusión de que el nuevo Gobierno sea mejor que el anterior, aunque la verdad es que la solución a la crisis, si la hay, sólo la encontrará el conjunto de la UE, con la colaboración de todas las grandes potencias económicas del mundo, y no está desde luego en manos de tal o cual gobierno nacional. Ahí están los ejemplos de Grecia e Italia, hoy con gobiernos tecnócratas que han sustituido a los anteriores, incompetentes pero elegidos por los ciudadanos.

ME TEMO que los políticos han cedido el mando a los tecnócratas no porque aprecien el talento de éstos, sino para tratar de quedar absueltos de las consecuencias de sus propios fracasos. Cuando haya acabado la crisis, los payasos y prestidigitadores volverán a dominar la arena. La pobreza de la democracia francesa se pone manifiesta en el hecho de que los votantes tendrán que elegir entre Sarkozy, un pisaverde sin principios ni capacidad autocrítica, y François Hollande, una vieja gloria ineficaz e ideológicamente tachado. En Estados Unidos también, parece mentira que tan pocas personas honradas y capaces se presenten para conquistar la Presidencia. Hemos tenido que sufrir un desfile ridículo de truhanes y volatineros, como Rick Perry, que ni pudo acordarse de los ministerios que prometía suprimir, o Hermann Cain, quien ni sabía dónde esta Libia, o Michele Bachmann, que aconsejó sinceramente al presidente Obama que no se involucre en aventuras militares ¡en Australia! Ahora uno de los candidatos más votados en las primarias del Partido Republicano es Rick Santorum, que se declara dispuesto a bombardear a Irán. El único consuelo es que si llegara a ejercer la Presidencia, no podría cumplir con sus promesas ni amenazas por la misma inercia e ineficacia del sistema.
«¡Que experimentes tiempos interesantes!», reza una antigua maldición china. Nosotros habitamos tiempos torpes y embotados y salimos igual de malditos. ¿Cómo vamos a superar la inercia que es la herencia de 2011? ¿Cómo vamos a salvar la paz, la civilización, la economía, el planeta? ¿Suspendiendo la democracia, sustituyendo a los políticos, sucumbiendo a la tecnocracia, zambulléndonos en la revolución, rellenando nuestros abrevaderos de la sangre de las elites fracasados? Tal vez más conviene resignarnos afablemente a vivir otro año en que no suceda nada.

Felipe Fernández-Armesto es historiador y titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame.

lunes, 9 de enero de 2012

Los ‘millennials’ y sus padres


Pablo Salvador Coderch, catedrático de Derecho Civil en la Universitat Pompeu Fabra
EL PAÍS, 08/01/12

Los demógrafos llaman millennials a los nacidos entre 1982 y 2000. Nosotros, los denominados baby boomers, somos sus padres y llevamos tiempo batiéndonos en retirada. No deberíamos.Muchos millenials creen que el paro es su primer problema vital. No es así: nosotros lo somos. El excepcional dividendo demográfico que benefició a nuestra generación, cuando había mucha gente adulta pero pocos abuelos, se ha agotado y no volverá.

En España, la diferencia entre el número de las personas nacidas en 1952 y en 1982 es de 77.000 a favor de las primeras. Pero la que media entre los nacidos en 1970 y en 2000, respectivamente, es de 266.000. Así, habrá cada vez más baby boomers jubilados o dependientes a cargo de menguantes cohortes demográficas de millennials.

Por ello, habremos de retirarnos más tarde de lo que previmos, algo que todavía muchos europeos de nuestra generación se niegan a aceptar, pero que cualquiera de nosotros que no tenga un empleo extenuante debería asumir. La burbuja demográfica ha estallado y no tenemos ningún derecho a hacer pagar las consecuencias a nuestros propios hijos.

El desempleo es ciertamente el segundo problema de los millennials, particularmente en España, donde la tasa actual de paro es entre dos o tres veces mayor que en Europa Occidental: los españoles contamos con menos del 15% de la población de la eurozona, pero tenemos el 30% del paro.

De nuevo, nosotros los baby boomers hemos de dar ejemplo, pues quienes tenemos un trabajo creemos que es para siempre, y bloqueamos el acceso al empleo a quienes carecen de él. No soy diputado a Cortes, solo funcionario, pero algo puedo proponer para desbloquear mi plaza vitalicia: dejo aquí y ahora constancia de que mañana mismo renunciaría a mi cátedra en propiedad si me ofrecieran la posibilidad de concursar a otra por contrato y los concursos fueran a basarse exclusivamente en el mérito y la capacidad. Algo habré de dejar hecho por mis propios hijos.

Ahora bien, parte del esfuerzo habrá de provenir de ellos mismos. Están, desde luego, mucho mejor educados de lo que lo estuvimos nosotros, pero en su formación se observan dos brechas: la primera, el elevado nivel de fracaso escolar en la educación obligatoria; y la segunda, el reducido número de titulados en enseñanzas profesionales de grado superior si se compara con el de estudiantes universitarios por 1.000 habitantes, superior en España al de casi todos los países europeos más desarrollados.

Los profesores de universidad de mi generación, desfachatados baby boomers, cometimos pecados sin cuento y tan pronto como se puso de manifiesto la caída demográfica en las nuevas matrículas de estudiantes y aterrados ante la posibilidad de que se amortizaran nuestras plazas de profesor, forzamos grados de Bolonia de cuatro años, tumbando los de tres, que hacían mucha más falta.

Tampoco acertaron nuestras débiles autoridades educativas a la hora de entusiasmar a empresas y centros de enseñanza para ofrecer conjuntamente ciclos formativos superiores atractivos. Ahora los recursos se han de destinar a combatir precozmente el fracaso escolar caso por caso y a reeducar a nuestros adultos sin empleo. Si en los próximos 10 años conseguimos rescatar a la mitad de quienes se han quedado en puertas de la empleabilidad, la generación de los millennials triunfará.

Y lo hará, seguro. Hay motivos para el optimismo. Uno es que, como ha escrito un baby boomer, Bill Gates, nunca antes en la historia había habido tanta gente joven tan bien formada, tan capaz de innovar y de romper por tanto con la línea plana de tendencia que nos deprime: los cambios llegarán. Otro lo verán si emprenden un viaje imaginario: cuelguen un mapa de Europa Occidental en la pared, aléjense unos metros y arrojen un dardo sobre él. Vean entonces cuál es la ciudad más próxima al blanco. Es una ciudad maravillosa, dotada de unas infraestructuras excepcionales y de una calidad de vida envidiable. Repitan la experiencia sobre el resto de los continentes y comprobarán que los aturdidos europeos de hoy en nada tenemos que envidiar a casi nadie: 25 de las 50 mejores ciudades por calidad de vida, según el afamado ranking de Mercer Consulting, se encuentran en Europa. Madrid y Barcelona están ahí y Valencia figura como una de las 10 ciudades preferidas por la guía Lonely Planet. Los millennials, hijos nuestros, saben que Berlín está a 150 euros de Madrid en avión. El mundo quiere ser como Europa y Europa despertará gracias a los millennials. Sed bienvenidos.

Urgencias climáticas

Ignacio Ramonet en Le Monde diplomatique (Nº: 195 Enero 2.012)

La grave crisis financiera y el horror económico que padecen las sociedades europeas están haciendo olvidar que –como lo recordó, en diciembre pasado, la Cumbre del clima de Durban, en Sudáfrica– el cambio climático y la destrucción de la biodiversidad siguen siendo los principales peligros que amenazan a la humanidad. Si no modificamos rápidamente el modelo de producción dominante, impuesto por la globalización económica, alcanzaremos el punto de no retorno a partir del cual la vida humana en el planeta dejará poco a poco de ser soportable.

Hace unas semanas, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) anunció el nacimiento del ser humano número siete mil millones, una niña filipina llamada Dánica. En poco más de cincuenta años, el número de habitantes de la Tierra se ha multiplicado por 3,5. Y la mayoría de ellos vive ahora en ciudades. Por primera vez los campesinos son menos numerosos que los urbanos. Entre tanto, los recursos del planeta no aumentan. Y surge una nueva preocupación geopolítica: ¿qué pasará cuando se agrave la penuria de algunos recursos naturales? Estamos descubriendo con estupefacción que nuestro “ancho mundo” es finito…

En el curso de la última década, gracias al crecimiento experimentado por varios países emergentes, el número de personas salidas de la pobreza e incorporadas al consumo sobrepasa los ciento cincuenta millones…(1) ¿Cómo no alegrarse de ello? No hay causa más justa en el mundo que el combate contra la pobreza. Pero esto conlleva una gran responsabilidad para todos. Porque esa perspectiva no es compatible con el modelo consumista dominante.

Es obvio que nuestro planeta no dispone de recursos naturales ni energéticos suficientes para que toda la población mundial los use sin freno. Para que siete mil millones de personas consuman tanto como un europeo medio se necesitarían los recursos de dos planetas Tierra. Y para que consumieran como un estadounidense medio, los de tres planetas.

Desde el principio del siglo XX, por ejemplo, la población mundial se ha multiplicado por cuatro. En ese mismo lapso de tiempo, el consumo de carbón lo ha hecho por seis… El de cobre por veinticinco… De 1950 hasta hoy, el consumo de metales en general se ha multiplicado por siete… El de plásticos por dieciocho… El de aluminio por veinte… La ONU lleva tiempo avisándonos de que estamos gastando “más del 30% de la capacidad de reposición” de la biosfera terrestre. Moraleja: debemos ir pensando en adoptar y generalizar estilos de vida mucho más frugales y menos derrochadores.

Este consejo parece de sentido común pero es evidente que no se aplica a los mil millones de hambrientos crónicos en el mundo, ni a las tres mil millones de personas que viven en la pobreza. La bomba de la miseria amenaza a la humanidad. La enorme brecha que separa a los ricos de los pobres sigue siendo, a pesar de los progresos recientes, una de las características principales del mundo actual (2).

Esto no es una afirmación abstracta. Tiene traducciones muy concretas. Por ejemplo, en el tiempo de lectura de este artículo (diez minutos), 10 mujeres en el mundo van a fallecer durante el parto; y 210 niños de menos de cinco años van a morir de dolencias fácilmente curables (de ellos, 100 por haber bebido agua de mala calidad). Estas personas no fallecen por enfermedad. Mueren por ser pobres. La pobreza las mata. Mientras tanto, la ayuda de los Estados ricos a los países en desarrollo ha disminuido, en los últimos quince años, un 25%… Y en el mundo se siguen gastando unos 500.000 millones de euros al año en armamento…
Si en las próximas décadas tuviésemos que aumentar en un 70% la producción de alimentos para responder a la legítima demanda de una población más numerosa, el impacto ecológico sería demoledor. Además, ese crecimiento ni siquiera sería sostenible porque supondría mayor degradación de los suelos, mayor desertificación, mayor escasez de agua dulce, mayor destrucción de la biodiversidad… Sin hablar de la producción de gases de efecto invernadero y sus graves consecuencias para el cambio climático.

A este respecto, conviene recordar que unos 1.500 millones de seres humanos siguen usando energía fósil contaminante procedente de la combustión de leña, carbón, gas o petróleo, principalmente en África, China y la India. Apenas el 13% de la energía producida en el mundo es renovable y limpia (hidráulica, eólica, solar, etc.). El resto es de origen nuclear y sobre todo fósil, la más nefasta para el medio ambiente.

En este contexto, preocupa que los grandes países emergentes adopten métodos de desarrollo depredadores, industrialistas y extractivistas, imitando lo peor que hicieron y siguen haciendo los actuales Estados desarrollados. Todo lo cual está produciendo una gravísima erosión de la biodiversidad.
¿Qué es la biodiversidad? La totalidad de todas las variedades de todo lo viviente. Estamos constatando una extinción masiva de especies vegetales y animales. Una de las más brutales y rápidas que la Tierra haya conocido. Cada año, desaparecen entre 17.000 y 100.000 especies vivas. Un estudio reciente ha revelado que el 30% de las especies marinas está a punto de extinguirse a causa de la sobrepesca y del cambio climático. Asimismo, una de cada ocho especies de plantas se halla amenazada. Una quinta parte de todas las especies vivas podría desaparecer de aquí a 2050.

Cuando se extingue una especie se modifica la cadena de lo viviente y se cambia el curso de la historia natural. Lo cual constituye un atentado contra la libertad de la naturaleza. Defender la biodiversidad es, por consiguiente, defender la solidaridad objetiva entre todos los seres vivos.

El ser humano y su modelo depredador de producción son las principales causas de esta destrucción de la biodiversidad. En las últimas tres décadas, los excesos de la globalización neoliberal han acelerado el fenómeno.

La globalización ha favorecido el surgimiento de un mundo dominado por el horror económico, en el que los mercados financieros y las grandes corporaciones privadas han restablecido la ley de la jungla, la ley del más fuerte. Un mundo en el que la búsqueda de beneficios lo justifica todo. Cualquiera que sea el coste para los seres humanos o para el medio ambiente. A este respecto, la globalización favorece el saqueo del planeta. Muchas grandes empresas toman por asalto la naturaleza con medios de destrucción desmesurados. Y obtienen enormes ganancias contaminando, de modo totalmente irresponsable, el agua, el aire, los bosques, los ríos, el subsuelo, los océanos… Que son bienes comunes de la humanidad.

¿Cómo ponerle freno a este saqueo de la Tierra? Las soluciones existen. He aquí cuatro decisiones urgentes que se podrían tomar:

cambiar de modelo inspirándose en la “economía solidaria”. Ésta crea cohesión social porque los beneficios no van sólo a unos cuantos sino a todos. Es una economía que produce riqueza sin destruir el planeta, sin explotar a los trabajadores, sin discriminar a las mujeres, sin ignorar las leyes sociales;

ponerle freno a la globalización mediante un retorno a la reglamentación que corrija la concepción perversa y nociva del libre comercio. Hay que atreverse a restablecer una dosis de proteccionismo selectivo (ecológico y social) para avanzar hacia la desglobalización;

frenar el delirio de la especulación financiera que está imponiendo sacrificios inaceptables a sociedades enteras, como lo vemos hoy en Europa donde los mercados han tomado el poder. Es más urgente que nunca imponer una tasa sobre las transacciones financieras para acabar con los excesos de la especulación bursátil;

— si queremos salvar el planeta, evitar el cambio climático y defender a la humanidad, es urgente salir de la lógica del crecimiento permanente que es inviable, y adoptar por fin la vía de un decrecimiento razonable.
Con estas simples cuatro medidas, una luz de esperanza aparecería por fin en el horizonte, y las sociedades empezarían a recobrar confianza en el progreso. Pero ¿quién tendrá la voluntad política de imponerlas?

NOTAS:
(1) Sólo en América Latina, como consecuencia de las políticas de inclusión social implementadas por gobiernos progresistas en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y Uruguay, cerca de ochenta millones de personas salieron de la pobreza.
(2) En el mundo, unos 100 millones de niños (sobre todo niñas) no están escolarizados; 650 millones de personas no disponen de agua potable; 850 millones son analfabetas; más de 2 000 millones no disponen de alcantarillas, ni de retretes…; unos 3 000 millones viven (o sea se alimentan, se alojan, se visten, se transportan, se cuidan, etc.) con menos de dos euros diarios.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Créons une Europe des citoyens !

Par Ulrich Beck, sociologue et philosophe. Traduit de l’allemand par Valérie Bonfils (LE MONDE, 27/12/11):

L’Europe a déjà accompli une fois un miracle : celui d’avoir transformé des ennemis en voisins. Face à la crise de l’euro, la question cardinale se pose aujourd’hui différemment : comment l’Europe peut-elle, dans l’avalanche de risques d’un monde globalisé, garantir paix, liberté et sécurité à ses citoyens ? Pour cela, il ne faut rien moins qu’un second miracle : passer de l’Europe de la bureaucratie à une Europe des citoyens.

Il fut un temps où, après la restructuration de la dette grecque, chacun poussa un soupir de soulagement et se prit à espérer : l’Europe est vivante et peut-être même suffisamment forte et habile pour surmonter ses problèmes. Puis le premier ministre grec Georges Papandréou annonça qu’il voulait consulter son peuple sur une question qui engageait son destin. C’est alors qu’apparut une réalité cachée, l’envers du décor : celui qui, dans cette Europe si fière de sa démocratie, veut la pratiquer, devient une menace pour l’Europe ! Papandréou se vit contraint de renoncer à la démocratie.

Nous avions espéré avec Hölderlin que là “où est le péril, croît le salutaire aussi”. Force est de constater qu’une tout autre réalité se profile : là où est le salutaire, croît le risque aussi. En tout cas, une question angoissante vient se nicher furtivement : ce qui est censé sauver l’euro va-t-il abolir l’Europe démocratique ? L’Union européenne “sauvée” ne sera-t-elle plus l’Union européenne telle que nous la connaissons, mais un Empire européen dominé par l’Allemagne ? Cette crise sans fin va-t-elle accoucher d’un monstre politique ?

Il n’y a pas si longtemps, il était encore fréquent de médire de la cacophonie de l’Union européenne. Subitement, l’Europe a un numéro de téléphone. Il se trouve à Berlin. Angela Merkel en est l’actuelle propriétaire.

Hier, il semblait que la crise soulevait la vieille question de la finalité de l’Union européenne. L’Europe doit-elle devenir une grande nation, une confédération d’Etats, un Etat fédéral, une simple communauté économique, des Nations unies indépendantes, voire quelque chose d’historiquement nouveau, à savoir une Europe cosmopolitique, fondée sur un droit européen, et qui coordonne politiquement des Etats nationaux européanisés ? Tout cela ressemble soudain à un folklore issu de temps révolus.

“Quelle Europe voulons-nous ?” Cette question donne faussement à penser qu’après le sauvetage de l’euro, on pourrait encore avoir le choix. Il semble qu’il soit trop tard, au moins pour les Grecs, les Italiens et les Espagnols. Le gouvernement grec, celui qui doit exiger le plus de ses citoyens, est de fait placé sous tutelle et se trouve dos au mur face aux troubles que connaît le pays. On fait appel à des professionnels de la liquidation, comme Mario Monti ou Lucas Papadémos. Car les plans d’économies se sont révélés suicidaires pour les dirigeants des Etats endettés qui ont dû céder leur place. Ce fut tout d’abord le cas en Irlande et au Portugal, puis en Grèce, en Italie et en Espagne.

Ce n’est pas seulement la structure du pouvoir qui a durablement changé, mais c’est une nouvelle logique de pouvoir qui émerge. Voici à quoi ressemble la nouvelle “Europe de Merkel”(Der Spiegel du 31 octobre) : le pouvoir obéit à une logique d’empire, non pas militaire mais économique, qui établit une différence entre pays débiteurs et pays créanciers (c’est pourquoi, il est absurde de parler de “IVe R eich”). Son fondement idéologique est ce que j’aimerais appeler l’euronationalisme allemand, soit une version européenne du nationalisme du deutschemark.

C’est ainsi que la culture allemande de la stabilité est élevée au rang d’idée européenne dominante. La stabilisation du pouvoir hégémonique repose sur l’assentiment des pays européens indépendants. Comme Adenauer en son temps, certains croient que le modèle allemand exerce une force d’attraction magnétique sur les Européens. Il est plus réaliste de se demander sur quoi repose le pouvoir de sanction. Angela Merkel a décrété qu’une perte de souveraineté était le prix à payer pour un endettement démesuré.

Les pays qui n’ont pas adopté l’euro se sentent exclus des processus de décision qui déterminent le présent et l’avenir de l’Europe. Ils se voient rabaissés au rang de simples observateurs et n’ont plus voix au chapitre politique. La Grande-Bretagne, qui est entraînée vers une position insignifiante en Europe, en est l’exemple le plus évident.

Pourtant au sein des pays de la zone euro, le nouveau centre de pouvoir, secoué par la crise, connaît également une division dramatique, cette fois entre les pays qui sont ou seront bientôt sous perfusion du fonds de sauvetage et ceux qui financent celui-ci. Les premiers n’ont plus d’autre issue que de se plier aux exigences de l’euronationalisme allemand. Ainsi, l’Italie, sans doute l’un des pays les plus européens, est-elle menacée de ne plus jouer aucun rôle dans les choix décisifs de l’Europe d’aujourd’hui et de demain.

Le multilatéralisme devient ainsi unilatéralisme, l’égalité hégémonie, la souveraineté retrait de souveraineté, la reconnaissance de la dignité démocratique d’autres nations dépossession de cette reconnaissance. Même la France, qui a longtemps dominé l’Union européenne, doit à présent suivre les préconisations de Berlin parce qu’elle craint aussi pour son triple A.

Cet avenir, qui germe dans le laboratoire du sauvetage de l’euro, dont il est pour ainsi dire un effet secondaire intentionnel, ressemble effectivement, j’ose à peine le dire, à une variante européenne tardive de l’Union soviétique. L’économie planifiée centralisée ne consiste plus ici à élaborer des plans quinquennaux pour produire des biens et des services mais pour réduire la dette. Leur application est confiée à des “commissaires” qui, sur la base de “mécanismes de sanction” (Angela Merkel), sont habilités à tout mettre en oeuvre pour détruire les villages Potemkine de pays notoirement endettés. On connaît le destin de l’Union soviétique.

Pourquoi avons-nous à présent une Europe allemande malgré les mises en garde insistantes de Thomas Mann dans le passé ? L’Allemagne ne peut pas être allemande sans l’Europe. Déjà la réunification des deux Allemagnes n’a été possible que grâce à la pacification de l’Europe. Dans la crise de l’euro, ce qui est “allemand” et ce qui est “européen” (ou doit le devenir) est de nouveau également tissé d’une manière nouvelle. L’Allemagne est trop souveraine, trop puissante, trop européenne et impliquée dans l’économie mondiale pour pouvoir s’offrir le luxe de ne pas sauver l’euro. Un éléphant ne gagne pas la confiance en se faisant passer pour un pauvre moineau. Le chemin vers l’empire européen est donc de nouveau pavé de bonnes intentions européennes. Comme toujours, le mot “pouvoir”, tabou en Allemagne, est remplacé délibérément par “responsabilité”, le mot préféré des Allemands.
Angela Merkel décline la “responsabilité européenne” selon les maximes du pouvoir de l’euronationalisme allemand. Il s’agit donc de chercher des réponses allemandes à la crise européenne, et même, en fin de compte, de faire de la culture de la stabilité allemande la réponse passe-partout cette crise. Il en résulte un mélange d’engagement européen réel et de nationalisme authentique, d’engagement européen plus ou moins feint vis-à-vis de l’étranger mais aussi de nationalisme plus ou moins feint face au scepticisme croissant des Allemands à l’égard de l’Europe. Le pouvoir tente ainsi, de manière pragmatique, de concilier l’inconciliable, c’est-à-dire, dans un climat anti-européen en Allemagne, de sauver l’euro et l’Union européenne et de remporter des élections.

La chancelière procède à un partage national des valeurs européennes. A l’intérieur : la démocratie ; à l’extérieur : losers can’t be choosers (“Les perdants ne peuvent pas être ceux qui choisissent”). La formule magique de l’Allemagne d’après-guerre, la “politique de stabilité”, implique, pour les autres, de renoncer à nouveau à la liberté politique.

Dans un mélange, digne d’Angela Merkel, d’assez grande confusion, d’hypocrisie, de rigueur protestante et de calcul européen, le gouvernement Merkel, y compris l’Européen Schäuble, érige l’euronationalisme allemand en ligne directrice d’interventions politico-économiques dans les pays de la zone euro qui ont péché. Il ne s’agit rien moins que de civiliser un Sud trop dépensier, au nom de la “raison économique”, de “l’Europe” et de “l’économie mondiale”. Notre politique financière est d’autant plus allemande qu’elle est européenne : telle est la devise.

Toutefois, cette structure hégémonique ne pourrait-elle pas receler la possibilité de lever les blocages de l’Union européenne ? Je dis bien “pourrait”. En effet, comment gouverner cet énorme espace de 27 Etats membres s’il faut, avant chaque décision, convaincre 27 chefs de gouvernement, conseils des ministres et Parlements ? La réponse est contenue dans la question. Contrairement à l’Union européenne, l’empire européen est de facto une communauté à deux vitesses. Seule la zone euro (et non l’Union européenne) jouera à l’avenir un rôle avant-gardiste dans l’intégration européenne. Ne serait-ce pas là une chance alors qu’il est urgent d’imaginer de nouvelles institutions ?

Il est question depuis assez longtemps déjà d’un “gouvernement économique”. Ce qui se cache derrière cette notion doit être précisé, négocié et expérimenté. A plus ou moins court terme, les euro-obligations, très controversées, seront vraisemblablement mises en place. Wolfgang Schäuble, le ministre des finances allemand, plaide d’ores et déjà pour l’introduction d’un impôt sur les transactions financières auquel, au sein de l’Union européenne, la Grande-Bretagne opposerait assurément son veto.

Cependant, cette voie vers une Europe des apparatchiks, avec un Politburo à Bruxelles ou à Berlin, parachève la malformation congénitale de l’Europe et pousse à l’extrême le paradoxe d’une Europe qui existe bel et bien sans Européens. Plus encore, les citoyens des pays financeurs se sentent dépouillés et ceux des pays débiteurs mis sous tutelle. L’Europe devient l’ennemi. Au lieu d’avoir une Europe des citoyens, on assiste à un mouvement de colère des citoyens à son égard.

Le président américain John F. Kennedy a autrefois étonné le monde entier en proposant la création des Peace Corps. Pourquoi la nouvelle Européenne qu’est Angela Merkel ne pourrait-elle pas à son tour étonner le monde en soutenant la mise en oeuvre de l’idée suivante : la crise de l’euro n’est pas seulement une question d’économie ; il s’agit aussi d’engager par le bas l’européanisation de l’Europe ; il s’agit de diversité et d’autodétermination, d’un espace politique et culturel dans lequel les citoyens ne peuvent plus continuer à se sentir ennemis avec, d’un côté, les mis sous tutelle et, de l’autre, les dépouillés. Créons l’Europe des citoyens, maintenant !