Lo universal hoy
Por Michel Wieviorka, sociólogo, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 08/03/11):
Estamos acostumbrados a ver en el derecho y la razón valores universales que presumimos se aplican o se pueden aplicar a la humanidad entera. En esta perspectiva, el mismo derecho debe ser válido para todas las personas, y todas están dotadas de razón, de capacidad de reflexionar y de orientarse de acuerdo con su razón.
Tales valores no resultan necesariamente visibles en la realidad histórica, no dependen de una constatación empírica, sino en mucha mayor medida de un acto de prescripción: fundamentan e instauran un deber ser. Formulados desde hace mucho tiempo, figuraron en el núcleo del proyecto ilustrado y se asocian tradicionalmente a dos marcos políticos principales. Por una parte, su puesta en práctica tiene lugar en el seno de unidades bien definidas que son los estados nación. Por otra parte, deberían poder ser de aplicación en todo el mundo; constituyen un mensaje procedente de sociedades que ya son universalistas – por tanto, democráticas y occidentales-,dirigido a otros países que aún no los respetan.
Se ha podido trazar una similitud del universalismo, en primer lugar, con una ideología.
Por ejemplo, Karl Marx, en su obra La ideología alemana,dice que es menester reemplazar el universalismo abstracto por un universalismo concreto y la noción abstracta de persona por la concreta de trabajador. Denuncia, asimismo, el universalismo abstracto del dinero, que teóricamente genera igualdad mediante el intercambio pero que, en realidad y según él, genera injusticias y desigualdades económicas. Marx no rompe con el universalismo, preconiza el paso de lo abstracto a lo real, de la pura especulación filosófica al análisis concreto de la realidad.
También se ha acostumbrado a rechazar el universalismo para oponerle el relativismo, la idea de que los valores que guían las conductas humanas carecen de trascendencia y cambian en el tiempo y el espacio; cambian de una sociedad a otra, de un individuo a otro. Si los valores son construidos, si resultan de procesos históricos, no constituyen el triunfo de la razón.
En épocas más recientes, determinados pensadores o responsables políticos – y también movimientos culturales o sociales-han denunciado el universalismo que, en el seno de estados nación occidentales, ha podido acompañar a veces las peores violencias, la barbarie… en nombre de valores; por ejemplo, en Estados Unidos, el exterminio de los indios o la esclavitud. Las voces críticas han arremetido contra el dominio de los blancos sobre los negros o de los hombres sobre las mujeres en nombre de una concepción pretendidamente universal. Determinadas proposiciones de filosofía política dirigidas contra todas estas injusticias han abogado por que se reconozcan los errores del pasado y las dificultades del presente en el caso de los grupos en cuestión; tales proposiciones han podido presentar visos de relativismo. De todos modos, algunos intelectuales, en lugar de oponer valores universales y particularismos, definidos como otros tantos relativismos, han tratado de conciliarlos.
El debate ha tenido también un alcance internacional. En la época de la descolonización, ciertas voces denunciaron el etnocentrismo de valores pretendidamente universales, acusados de revestir formas de dominio colonial o incluso poscolonial y de encarnar la perspectiva de la población blanca o de potencias imperialistas que habían impuesto su fuerza y poder pretendiendo ocasionalmente aportar progreso económico, educación y sanidad a los dominados; en última instancia, acceso a los valores universales.
Pero hemos entrado en la era de la globalización económica y cultural. Constatamos la multipolaridad del mundo, el auge de China, de India, de Brasil. La supremacía intelectual o ideológica de Occidente ha sido criticada severamente y, por lo demás, la crítica al universalismo se va desplazando.
El marco del Estado nación y de las relaciones internacionales implica que los estados no se inmiscuyan en sus respectivos asuntos ni intervengan en ellos si no a través de las relaciones internacionales y diplomáticas o mediante acuerdos internacionales, convenciones, etcétera.
Desde 1967, con ocasión del drama de Biafra, los French doctors cuestionaron este modelo diciendo que la razón de Estado y los acuerdos entre estados han de ser secundarios respecto de los derechos humanos. El universalismo, con las oenegés, empezó así a salir de los límites de los estados nación y, de la mano de los defensores de los derechos humanos, se ha convertido en una realidad global, mundial, sin fronteras.
La impugnación o discusión del término que estoy comentando se ha referido efectivamente a la idea de que el universalismo es una invención occidental. El premio Nobel de Economía Amartya Sen ha mostrado que la idea democrática, que forma parte del universalismo occidental, no posee su única fuente en la Grecia antigua, transmitida a través de Roma a Europa y, posteriormente, a todo Occidente: existen desde hace muchísimo tiempo formas de vida democrática en India o en África,por ejemplo mediante la palabre (término derivado del español en el siglo XVII: reunión o asamblea con carácter de institución social). Sen muestra asimismo que es posible y deseable, a fin y efecto de impartir justicia, tomar en consideración la cultura en cuyo seno se imparte. Lo cual resulta compatible con las nuevas formas de justicia denominada reparadorao con las comisiones de verdad y reconciliación.
La crítica ha aludido asimismo a la idea de que la modernización de las sociedades constituye una marcha hacia el triunfo de los valores universales que deben resultar en la convergencia de las sociedades en un modelo único; tesis, por cierto, emparentada a la del final de la historia propuesta por Francis Fukuyama cuando afirma que las sociedades no tienen más opción que el mercado y la democracia. De ahí el propósito, por el contrario, de levantar acta de los cambios actuales que dan la imagen de una gran diversidad para hablar, como el sociólogo israelí Shmuel Eisenstadt, fallecido en el 2010, de modernidades múltiples,un concepto que presenta la ventaja de posibilitar tener en cuenta la diversidad múltiples pero, también, la unidad: modernidad.
¿Hemos de aceptar tales críticas hasta el extremo de renunciar a la idea misma de valores universales? ¡No, desde luego! Se trata de afirmar, tanto a escala mundial, como de nuestros países, que en lugar de prescindir de valores universales en beneficio de un relativismo generalizado y de promover un universalismo occidental que corre el peligro de demostrarse cada vez más abstracto, es hora de intentar articular los valores universales y las culturas o las tradiciones particulares y de promover un universalismo lateral,abierto a las especificidades locales, nacionales o regionales.
Estamos acostumbrados a ver en el derecho y la razón valores universales que presumimos se aplican o se pueden aplicar a la humanidad entera. En esta perspectiva, el mismo derecho debe ser válido para todas las personas, y todas están dotadas de razón, de capacidad de reflexionar y de orientarse de acuerdo con su razón.
Tales valores no resultan necesariamente visibles en la realidad histórica, no dependen de una constatación empírica, sino en mucha mayor medida de un acto de prescripción: fundamentan e instauran un deber ser. Formulados desde hace mucho tiempo, figuraron en el núcleo del proyecto ilustrado y se asocian tradicionalmente a dos marcos políticos principales. Por una parte, su puesta en práctica tiene lugar en el seno de unidades bien definidas que son los estados nación. Por otra parte, deberían poder ser de aplicación en todo el mundo; constituyen un mensaje procedente de sociedades que ya son universalistas – por tanto, democráticas y occidentales-,dirigido a otros países que aún no los respetan.
Se ha podido trazar una similitud del universalismo, en primer lugar, con una ideología.
Por ejemplo, Karl Marx, en su obra La ideología alemana,dice que es menester reemplazar el universalismo abstracto por un universalismo concreto y la noción abstracta de persona por la concreta de trabajador. Denuncia, asimismo, el universalismo abstracto del dinero, que teóricamente genera igualdad mediante el intercambio pero que, en realidad y según él, genera injusticias y desigualdades económicas. Marx no rompe con el universalismo, preconiza el paso de lo abstracto a lo real, de la pura especulación filosófica al análisis concreto de la realidad.
También se ha acostumbrado a rechazar el universalismo para oponerle el relativismo, la idea de que los valores que guían las conductas humanas carecen de trascendencia y cambian en el tiempo y el espacio; cambian de una sociedad a otra, de un individuo a otro. Si los valores son construidos, si resultan de procesos históricos, no constituyen el triunfo de la razón.
En épocas más recientes, determinados pensadores o responsables políticos – y también movimientos culturales o sociales-han denunciado el universalismo que, en el seno de estados nación occidentales, ha podido acompañar a veces las peores violencias, la barbarie… en nombre de valores; por ejemplo, en Estados Unidos, el exterminio de los indios o la esclavitud. Las voces críticas han arremetido contra el dominio de los blancos sobre los negros o de los hombres sobre las mujeres en nombre de una concepción pretendidamente universal. Determinadas proposiciones de filosofía política dirigidas contra todas estas injusticias han abogado por que se reconozcan los errores del pasado y las dificultades del presente en el caso de los grupos en cuestión; tales proposiciones han podido presentar visos de relativismo. De todos modos, algunos intelectuales, en lugar de oponer valores universales y particularismos, definidos como otros tantos relativismos, han tratado de conciliarlos.
El debate ha tenido también un alcance internacional. En la época de la descolonización, ciertas voces denunciaron el etnocentrismo de valores pretendidamente universales, acusados de revestir formas de dominio colonial o incluso poscolonial y de encarnar la perspectiva de la población blanca o de potencias imperialistas que habían impuesto su fuerza y poder pretendiendo ocasionalmente aportar progreso económico, educación y sanidad a los dominados; en última instancia, acceso a los valores universales.
Pero hemos entrado en la era de la globalización económica y cultural. Constatamos la multipolaridad del mundo, el auge de China, de India, de Brasil. La supremacía intelectual o ideológica de Occidente ha sido criticada severamente y, por lo demás, la crítica al universalismo se va desplazando.
El marco del Estado nación y de las relaciones internacionales implica que los estados no se inmiscuyan en sus respectivos asuntos ni intervengan en ellos si no a través de las relaciones internacionales y diplomáticas o mediante acuerdos internacionales, convenciones, etcétera.
Desde 1967, con ocasión del drama de Biafra, los French doctors cuestionaron este modelo diciendo que la razón de Estado y los acuerdos entre estados han de ser secundarios respecto de los derechos humanos. El universalismo, con las oenegés, empezó así a salir de los límites de los estados nación y, de la mano de los defensores de los derechos humanos, se ha convertido en una realidad global, mundial, sin fronteras.
La impugnación o discusión del término que estoy comentando se ha referido efectivamente a la idea de que el universalismo es una invención occidental. El premio Nobel de Economía Amartya Sen ha mostrado que la idea democrática, que forma parte del universalismo occidental, no posee su única fuente en la Grecia antigua, transmitida a través de Roma a Europa y, posteriormente, a todo Occidente: existen desde hace muchísimo tiempo formas de vida democrática en India o en África,por ejemplo mediante la palabre (término derivado del español en el siglo XVII: reunión o asamblea con carácter de institución social). Sen muestra asimismo que es posible y deseable, a fin y efecto de impartir justicia, tomar en consideración la cultura en cuyo seno se imparte. Lo cual resulta compatible con las nuevas formas de justicia denominada reparadorao con las comisiones de verdad y reconciliación.
La crítica ha aludido asimismo a la idea de que la modernización de las sociedades constituye una marcha hacia el triunfo de los valores universales que deben resultar en la convergencia de las sociedades en un modelo único; tesis, por cierto, emparentada a la del final de la historia propuesta por Francis Fukuyama cuando afirma que las sociedades no tienen más opción que el mercado y la democracia. De ahí el propósito, por el contrario, de levantar acta de los cambios actuales que dan la imagen de una gran diversidad para hablar, como el sociólogo israelí Shmuel Eisenstadt, fallecido en el 2010, de modernidades múltiples,un concepto que presenta la ventaja de posibilitar tener en cuenta la diversidad múltiples pero, también, la unidad: modernidad.
¿Hemos de aceptar tales críticas hasta el extremo de renunciar a la idea misma de valores universales? ¡No, desde luego! Se trata de afirmar, tanto a escala mundial, como de nuestros países, que en lugar de prescindir de valores universales en beneficio de un relativismo generalizado y de promover un universalismo occidental que corre el peligro de demostrarse cada vez más abstracto, es hora de intentar articular los valores universales y las culturas o las tradiciones particulares y de promover un universalismo lateral,abierto a las especificidades locales, nacionales o regionales.
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