Editorial de LA VANGUARDIA, 18-09-2009
VEINTITRÉS trabajadores de France Télécom, el gigante francés de las telecomunicaciones, se han suicidado en los últimos dieciocho meses. Al decir de los sindicatos, este trágico goteo está directamente relacionado con el incremento de la presión ejercida por la empresa sobre sus empleados. Es decir, con la generalización de los cambios de puesto de trabajo, con un estrecho control de los trabajadores o con la movilidad laboral. El Gobierno Sarkozy, alarmado por esta tasa de suicidios - que triplica la del conjunto de la población activa francesa-,ha decidido intervenir y poner bajo su tutela a la firma. Y su dirección se ha visto forzada a suspender temporalmente el proceso de reestructuración interna y a contratar equipos de asistencia psicológica. Su prioridad es ahora detener la terrible sangría.
France Télécom ha vivido en los últimos años un acelerado proceso de privatización. En 1996, el Estado controlaba el 100% de sus acciones. Hoy cuenta sólo con el 27%. Su plantilla, antaño integrada por funcionarios, se ha visto sometida a un brusco cambio de cultura empresarial, acentuado por razones coyunturales. Habituada a la comodidad del monopolio, France Télécom se vio súbitamente abocada a la competencia con otros operadores, y debió adaptarse al manejo de nuevas herramientas como la telefonía móvil o internet.
El caso France Télécom mueve, ciertamente, a la reflexión. Nadie niega que vivimos en una sociedad competitiva, ni que el esfuerzo o la capacidad de adaptación a los nuevos retos son indispensables para el progreso profesional y empresarial. Pero nadie en su sano juicio negará tampoco que la revisión de la política laboral de France Télécom era necesaria.
"Ganarás el pan con el sudor de tu frente", leemos en el Génesis. Dicho de otro modo, el sacrificio ha sido siempre un elemento asociado al trabajo. Pero antes el sacrificio solía verse compensado con la estabilidad. Ahora ya no. Según ha documentado el ensayista Richard Sennett, vivimos en otro marco laboral, en una economía más dinámica, donde el brillo de la innovación y de los proyectos a corto plazo oculta a veces las miserias de la transitoriedad y de la pérdida de confianza.
En este contexto, la creciente fragilidad de los vínculos laborales mina la posición de los trabajadores, en términos económicos y, lo que quizás sea peor, en términos de autoestima. La vida laboral, que antaño proporcionó seguridad, produce hoy inseguridad. Resulta por tanto imprescindible hallar un equilibrio entre las exigencias de una sociedad competitiva y la salud pública. Casos como el de France Télécom no deben repetirse.
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