El mundo agrícola y del petróleo venezolano crea y define comportamientos distintos y opuestos. El campesino es percibido como la subcultura, el distante, el macho, el bebedor, el camorrero y lo incierto; el petróleo-dependiente, como el técnico, el conocimiento, la posición social, el salario seguro, el enajenado y el progreso. Son dos clases enfrentadas en la Venezuela chavista. Estas dos culturas venezolanas no nacen en el siglo XX; proceden de finales del XIX y fueron impuestas por ingleses, holandeses, italianos, franceses, alemanes y unos cuantos norteamericanos, portadores de nuevas ideas y costumbres de un mundo industrializado sobre uno agrícola y pastoril. Borrar esa historia de clases y culturas es lo que pretende el presidente Chávez.
Hoy, en el siglo XXI, no existe el afrancesado venezolano de aquella época, ni el campesino se ha convertido en un pensador revolucionario; es, más bien, el obrero agrícola, refugio de la revolución bolivariana pero sin mejores ropas, ni mejores alimentos, ni mejor educación. La cultura del Petróleo ha desplazado al campesino convirtiéndolo en lo "criollo", en lo menos importante, y al ejecutivo en el modelo que representó más de 85 mil millones de dólares en 2005. El binomio campesino-ejecutivo representa, por un lado, la modernidad, y por el otro, el olor al cacao colonial; no se complementan ni se sienten cómodos el uno con el otro. Son, así, ambos, un obstáculo al desarrollo del país y del socialismo del siglo XXI, y Chávez no sabe resolverlo.
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