Por John Gray.
ABCD, 21 de noviembre de 2009 - número: 925
Una atmósfera de irrealidad impregna el debate sobre el cambio climático. Ahora la gente acepta que está teniendo lugar un cambio en el clima del mundo y que dicho cambio ha sido desencadenado por la actividad humana. Muchos científicos han llegado a creer que el cambio en el clima es de una escala mayor (y pudiera ser que más abrupto) de lo que se pensaba hace tan sólo unos años. Parece razonable concluir que la necesidad de una respuesta política eficaz es más urgente que nunca.
A pesar de ello, los gobiernos y la opinión pública parecen estancados en una forma de pensar que prácticamente garantiza que cualquier medida que se tome será ineficaz o contraproducente. Gran parte de la retórica pública tiene un tono extremadamente moralista y produce o bien medidas simbólicas, que tendrán poco o ningún impacto práctico, o exigencias para la reconstrucción de toda la economía global. Hay una desconexión sistemática entre la escala del problema y la respuesta que se le da, y resulta difícil resistirse a la sospecha de que el objetivo real de muchos debates serios es generar un estado de comodidad psicológica en lugar de lograr resultados para el mundo real.
Efecto secundario. Una razón que explica esta situación es la falta de voluntad para enfrentarse a la magnitud del problema. El cambio climático no siempre ha sido provocado por la humanidad (la mayoría de los cambios radicales en el clima de la Historia del planeta tuvieron lugar antes de que existiéramos los seres humanos), pero el cambio actual es un efecto secundario de un fenómeno humano muy poderoso: la industrialización mundial. Las sociedades industriales utilizan combustibles fósiles para cubrir la mayor parte de sus necesidades energéticas, y esta dependencia constituye la base de las emisiones de carbono a la atmósfera. De hecho, el cambio climático es la otra cara de la globalización; a medida que la globalización avanza y se acelera, también lo hace el calentamiento global. Esto no se debe únicamente a que las emisiones tiendan a incrementarse con la globalización, ya que las emisiones son sólo la mitad del problema, si acaso.
La industrialización mundial provoca tanto un rápido crecimiento de la población como la continua destrucción de la biosfera como consecuencia de la agricultura y del uso de biocombustibles. Al dañar la biosfera, estamos debilitando los mecanismos naturales del planeta para regular el clima.
Los próximos veinte años. Se prevé que la población humana global aumentará en cerca de 2.000 millones en los próximos 20 años. Toda esa gente querrá un estilo de vida parecido al que disfruta actualmente la minoría acaudalada del planeta. Llegará un momento en el que el crecimiento de la población se estabilizará y el número de habitantes empezará a descender pero, mientras tanto, aumentarán masivamente las presiones sobre el planeta.
Las soluciones habituales que proponen los gobiernos occidentales, los economistas del desarrollo y los ecologistas se centran en la energía renovable y en el desarrollo sostenible, así como en la redistribución económica entre países ricos y países pobres. Este planteamiento elude los vínculos entre el cambio climático, el avance de la globalización y el incremento de la población humana. Algunos expertos en medio ambiente proponen que se detenga la globalización y se adopte un estilo de vida de baja tecnología basado en la autosuficiencia local, pero una población de 9.000 millones de personas no puede vivir a base de una combinación de granjas orgánicas y turbinas eólicas. Los economistas del desarrollo nos dicen que el problema es el uso de los recursos per cápita, no el exceso de población, pero las necesidades humanas ya están poniendo a prueba las capacidades del planeta y, en cualquier caso, no existe la más remota posibilidad de una redistribución a gran escala de los recursos a escala global.
Fuente de poder. Hay un consenso biempensante en que la economía mundial debería dejar de depender del petróleo. Este consenso no tiene en cuenta el hecho de que, para algunos países -Irán, Rusia o Venezuela, por ejemplo-, las reservas de petróleo son su principal fuente de poder geopolítico. Los economistas neoliberales consideran que, a medida que el petróleo convencional se vuelva más caro, los combustibles alternativos se harán más viables y la crisis climática y energética básicamente se solucionará por sí sola. La pega es que la mayoría de las alternativas, como las arenas de alquitrán, son más contaminantes que el petróleo convencional. Además, incluso si a los países occidentales se les ocurriera una alternativa sistémica a los combustibles fósiles (una idea rocambolesca), se seguiría extrayendo y utilizando petróleo. De acuerdo con esta hipótesis, los países productores de petróleo tendrían un incentivo para extraer sus reservas más rápidamente y evitar tener que venderlas a precios más bajos en el futuro. La crisis medioambiental no se puede resolver simplemente confiando en las fuerzas del mercado.
En realidad, ninguna de las soluciones estándar tiene mucha influencia sobre el problema. La actividad humana ha provocado la oleada actual de cambio climático, pero eso no significa que la acción humana pueda pararla. El planeta no es un reloj al que se le pueda dar cuerda y parar a voluntad. Incluso si todos los seres humanos dejáramos de contaminar la atmósfera mañana mismo, el calentamiento global no se detendría, ya que está integrado en el sistema de la Tierra. Incluso podría acelerarse como consecuencia de una reducción del oscurecimiento mundial (el efecto oscurecedor de los aerosoles en la atmósfera, que parcialmente contrarresta los efectos de calentamiento de los gases de efecto invernadero). Pero esto no significa que no se pueda hacer nada. Todo lo contrario: se pueden hacer muchas cosas para mitigar los efectos del calentamiento global actual y puede que todavía haya alguna posibilidad de ralentizar su avance. Pero las respuestas que probablemente sean más eficaces requieren un pensamiento más realista que el que se ha manifestado hasta la fecha.
El punto de partida del pensamiento realista en este ámbito debe ser la aceptación de que el clima perjudicial no se puede evitar. Deberíamos centrarnos en proteger del daño a la vida civilizada. Los países emergentes requerirán ayuda para adquirir los servicios que todavía les faltan y esto no se puede conseguir sin la voluntad de utilizar tecnologías hacia las que los movimientos ecologistas se muestran tremendamente hostiles. Está claro que hay muchas cosas que la tecnología no puede hacer. Por ejemplo, no puede rejuvenecer los sistemas biológicos dañados (a lo mejor es posible devolver la vida a especies extintas utilizando su ADN, pero no los hábitats en los que proliferaron en su día). No hay ningún remedio tecnológico que pueda resolver por completo la crisis climática y energética del mundo, que es una consecuencia de las exigencias excesivas que la humanidad le ha impuesto al planeta. Aún así, los remedios tecnológicos serán indispensables a la hora de navegar por los rápidos que tenemos por delante; es muy posible que entre las tecnologías que acabarán siendo más útiles se incluyan algunas de las que más se critican.
¿Una vida más natural? Los ecologistas han convencido a la opinión pública (y a muchos políticos) de que los problemas medioambientales se pueden superar si vivimos de una forma más natural. Si este argumento fue verdad en algún momento, ahora ya no lo es. El imperativo primordial es reducir la huella humana en el planeta. Con una población mundial de 9.000 millones de personas, esta necesidad sólo se puede cubrir explotando al máximo las soluciones de la alta tecnología. Tanto la energía nuclear como la comida modificada genéticamente presentan un peligro serio, pero no tenemos el lujo de unas soluciones sin riesgo. Es más que dudoso que los métodos agrícolas tradicionales (orgánicos o de otro tipo) vayan a permitirnos alimentar a la población humana que existirá a mediados de este siglo. El tipo de agricultura intensiva que se ha desarrollado desde la revolución ecológica es un proceso basado en el petróleo (de hecho, la extracción de alimentos del petróleo) que, en sí, fomenta el calentamiento global. Probablemente nuestra única esperanza de limitar un daño adicional al medio ambiente sea utilizar la energía nuclear y los alimentos genéticamente modificados que, a pesar de todos sus peligros, no conllevan la destrucción de la biosfera.
Hay una paradoja en esto que el pensamiento convencional no alcanza a ver. El origen de la crisis medioambiental es la disyunción entre el crecimiento industrial exponencial y los recursos naturales del planeta. Por una pura cuestión de matemáticas, el crecimiento de la población humana, la producción y el consumo no pueden seguir así siempre; estamos destinados a chocar con las limitaciones de una escasez cada vez mayor de recursos, como el petróleo, el agua potable o los terrenos arables. De hecho, es probable que no nos quede mucho para llegar a los límites de estas restricciones. Nuestro actual sistema económico, que está basado en el crecimiento exponencial, es claramente insostenible.
Al mismo tiempo, no podemos salir de este aprieto adoptando un crecimiento lento o nulo. En China, el crecimiento constante es una condición previa para la estabilidad política: si los cientos de millones de personas que se están incorporando al mercado laboral no encuentran el empleo que necesitan, la consecuencia será el descontento social. Lo mismo se puede decir de otros países emergentes e incluso de las sociedades más avanzadas del mundo. Tengan o no una forma democrática, la mayoría de los gobiernos ahora dependen del consenso popular para su supervivencia, y este consenso no se alcanzará en circunstancias en las que el crecimiento sea estático (o negativo) durante periodos prolongados.
Peligrosa estrategia. Actualmente, los gobiernos se están viendo obligados a estimular el crecimiento para escapar del impacto deflacionario de la crisis financiera. En cierto sentido, ésta es una estrategia peligrosa. Si nos adelantamos sólo un poco en el tiempo, podemos prever que volverán los elevados precios de los productos básicos de hace unos años. Cualquier reanudación del crecimiento económico también desencadenará tensiones geopolíticas. La competencia cada vez más intensa por el patrimonio mundial restante de recursos naturales acompañará con toda seguridad a la recuperación económica. También podemos afirmar que, a medida que el casquete polar ártico se derrita como consecuencia del calentamiento global, esa región se convertirá en una zona de conflictos cada vez más intensos.
No obstante, reactivar el crecimiento es una parte necesaria de cualquier respuesta adecuada al cambio climático. Se ha hablado mucho del «crecimiento verde» (refiriéndose a las energías renovables y cosas por el estilo). No cabe duda de que las energías alternativas deberían formar parte de nuestra respuesta. La energía solar parece especialmente prometedora; está claro que la energía nuclear, aunque en mi opinión es esencial, no es la panacea. Lo que cualquier reactivación del crecimiento debe incluir, como su componente más importante, es la investigación y el desarrollo de tecnologías que puedan cubrir las necesidades humanas al tiempo que limitan el impacto humano en el planeta. Puede que las granjas verticales que se están desarrollando actualmente en Estados Unidos, por ejemplo, no satisfagan las sensibilidades estéticas urbanas, pero si permiten que el terreno vuelva a hacerse agreste, estos rascacielos agrícolas podrían terminar valiendo la pena.
Mentalidad de negación. Se podría afirmar que una solución de alta tecnología para la crisis medioambiental no requiere un uso intensivo de mano de obra y, por tanto, no cubriría las necesidades del mercado de trabajo mundial. Pero si no se puede frenar el cambio climático, habrá mucho que hacer para combatir sus efectos. El nivel del mar aumentará y habrá que reforzar las defensas costeras. Habrá que crear senderos para la fauna y la flora, como en Holanda, y en algunos casos habrá que devolver tierra al mar. La vida en las ciudades tendrá que regenerarse y consumir menos energía. Los refugiados por causas medioambientales (que podrían ser muchos millones) necesitarán ayuda. Éstas son tareas enormes que requerirán todos nuestros recursos humanos. No hay razón por la que un gran número de gente deba seguir desempleada.
El principal obstáculo para una política eficaz es una mentalidad constante de negación. Hay profundos reparos para aceptar la idea de que la crisis climática no se puede solucionar del todo y afrontar el hecho de que, hagamos lo que hagamos, el calentamiento mundial persistirá. Pero estas conclusiones son la consecuencia inevitable tanto del mejor conocimiento científico disponible como de cualquier valoración realista de la política mundial. Las dificultades a las que nos enfrentaremos en las próximas décadas serán enormes y en algunos contextos, posiblemente inextricables. Lo sobrellevaremos mejor si dejamos de lado la mentalidad irrealista y utilizamos nuestra creatividad tecnológica para sobrevivir a una crisis que ya no se puede evitar. Si limitamos nuestros objetivos, puede incluso que acabemos viviendo más felices.
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