"Quiero hablar de un viaje que he estado haciendo, un viaje más allá de todas las fronteras conocidas..." James Cowan: "El sueño del cartógrafo", Península, 1997.

sábado, 11 de diciembre de 2010

¡Y a mí qué me importa Tiananmen!

ZIGOR ALDAMA (SHANGHÁI) EL PAÍS 03/12/2010

Egoísta, transgresora y violenta. La generación china de los hijos únicos alarma a un Gobierno que se plantea abolir las restricciones a la natalidad.

Es el pixelado típico de un vídeo tomado con un teléfono móvil. Está oscuro y la cámara se mueve con brusquedad. No obstante, se percibe la silueta de una chica desnuda con las piernas en alto. Se oyen risas, tanto masculinas como femeninas, y alguien enciende la luz. Se disipan las dudas. Un chaval se deshace del preservativo con una amplia sonrisa, mientras un grupo de adolescentes insulta a la colegiala de 17 años que acaba de ser violada en la habitación de un hotel.
    China

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    A FONDO

    Capital:
    Pekín.
    Gobierno:
    República comunista.
    Población:
    1,330,044,544 (est. 2008)

“Con el dinero que logro con sexo me he comprado un iPhone. Ahora quiero un iPad”
 
La humillación no acaba ahí. Ellas obligan a levantarse a la víctima y le propician una paliza. En un momento dado, ella misma se golpea. Los cuatro chicos que la han violado a petición de las chicas asisten divertidos al espectáculo. El vídeo no tarda en saltar de los teléfonos 3G a Internet, y pronto la víctima trata de suicidarse.
La historia no llega ni de EE UU ni de Europa. Es el incidente de Kaiping, la chispa que hace un par de años encendió un agitado debate sobre la demonizada generación de los noventa en China. "Son chavales producto de la política del hijo único, que ha dado un exceso de permisividad, y el neoliberalismo que se ha apoderado del país y ha provocado una crisis de valores", explica el sociólogo Xu Anqi, de la Universidad de Fudan.

No vivieron la Revolución Cultural de Mao ni la masacre de Tiananmen, y han crecido con un móvil en el bolsillo y el chat de QQ en el ordenador. Los tachan de egoístas, materialistas y propensos a la violencia. Les da igual. No temen al sexo, razón por la que muchas universidades han comenzado a prohibirlo en las zonas públicas de los campus, y la política no les interesa.

"¡Y a mí que me importa lo que pasó en Tiananmen!", dice Hu Yuan cuando se le pregunta por aquellos estudiantes que estuvieron en las mismas aulas que ella ocupa ahora. Lo suyo es el dinero. Para conseguirlo, el sexo es una vía más. No está sola. Existen incluso listados con estudiantes de secundaria y de universitarias que venden su cuerpo. "No creo que haya nada de malo. Con el dinero que saco a cambio de sexo me he comprado el iPhone 4, y ahora quiero un iPad", añade Hu.

En China hay ya más de cien millones de hijos únicos, producto de la política de natalidad introducida en los años ochenta que el Gobierno considera un éxito. Según datos oficiales, esta medida ha impedido el nacimiento de unos 400 millones de chinos. Pero ahora el Partido Comunista se plantea la abolición de la ley. China quiere hermanos que sirvan para mantener a los progenitores en un país en el que los servicios que proporciona el Estado son casi nulos. Y, de paso, la generación de los pequeños emperadores quedará como una anomalía social.

Para eso, tendrá que mejorar también la interacción entre padres e hijos, que es mínima. Un reciente estudio revela que la mitad de los estudiantes no tienen nada de qué hablar con sus padres excepto por las calificaciones escolares. Además de una elevada tasa de suicidios, esa presión también ha dado un buen número de adolescentes genios en casi todas las especialidades, razón por la que China tiene siempre algún joven que sobresale entre sus competidores mundiales. Pero el 89% de los progenitores reconocen que no les interesa nada más de sus descendientes que las notas. Un hecho que provoca el 60% de los problemas mentales de la generación posnoventa.

"Los adolescentes chinos se sienten solos e incomprendidos. La violencia crece y el sexo es una válvula de escape", asegura Xu Anqi. Muchos buscan el escándalo. Como una pareja que se dejó grabar tirada en el suelo del abarrotado metro de Shanghái mientras él la masturbaba a ella. Es uno de los vídeos divertidos. Los de bullying se cuentan ya entre los más brutales y dan la vuelta al mundo.

Mientras tanto, el Gobierno da palos de ciego. Hace unos meses prohibió el uso de lenguaje sexual en los SMS, una medida que ya ha dado pie a un nuevo diccionario. "Nos reímos de los dirigentes", reconoce Hu Yuan. "Si no podemos escribir 'follar', o 'mamada' lo haremos con otras palabras". El partido no sabe cómo actuar. Es más fácil sacar al ejército a la calle. Claro que, como asegura Ai Weiwei, uno de los principales disidentes políticos todavía en libertad en China, "la anestesia de la juventud elimina el peligro de revueltas sociales".

Porque esta generación puede ser transgresora en el sexo o violenta entre semejantes, pero nunca organizará una protesta como la que salpicó de sangre Tiananmen en 1989. "¿Para qué me voy a jugar la vida por un ideal en el que no creo si tengo todo lo que necesito?", se pregunta entre risas Wu Ming, una joven de último año de secundaria de la provincia maldita de Cantón.

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