Fernando
Trias de Bes
Las
durísimas condiciones del rescate son la preparación del terreno para un
eventual impago
En el
derecho romano, a la hora de legislar los créditos y compraventas, existían una
serie de pactos en relación con las garantías que aportaba el deudor. Uno muy
extendido era el pacto de Vendendo: frente un impago, el acreedor podía optar
por vender la cosa pignorada. Eso sí, renunciaba a cualquier otra acción
personal correspondiente. Y, además, si al vender la cosa pignorada quedaba un
sobrante… ¡debía restituir ese dinero extra (llamado superfluum) al deudor!
El derecho
romano entendía que tanto las pérdidas de un crédito insatisfecho como los
eventuales remanentes de una ejecución de la garantía debían compartirse entre
acreedor y deudor.
Es decir,
que quien recibe un préstamo asume una gran responsabilidad. Y también quien lo
concede.
EL CASO
ESPAÑOL
No es este
precisamente el caso entre Europa y España a la hora de repartir
responsabilidades. El Memorándum de Entendimiento que fija las durísimas
condiciones de nuestro rescate es, bajo mi parecer, la preparación del terreno
para un eventual impago por parte del Estado español. ¿He dicho impago?
Analizados 89 episodios de distintos países del mundo, los economistas Reinhart
y Rogoff calcularon que cuando se produce un impago soberano la deuda total de
ese país se halla entre el 250% y el 450% del producto interior bruto. España
ha superado ya el umbral del 400%. No hay casos registrados de países que con
tal nivel de endeudamiento hayan podido devolverlo todo. Para ser posible,
deberíamos ser un país terriblemente competitivo, una potencia exportadora,
disponer de moneda y banco central propios, estar en una senda de crecimiento
económico o encontrar petróleo en los Monegros. No es el caso. Mi opinión
personal, ojalá equivocada, es que, en algún momento de esta década, España
deberá negociar una quita.
No es
preciso rasgarnos las vestiduras. En la historia de la economía casi todos los
casos de impago soberano han sido parciales, muy pocas veces totales. Y lo que
se condona es una parte menor.
Hay formas
más o menos creativas de condonar. La más sutil es la de reestructurar la deuda
sin alterar el principal (patada adelante). Se alarga mucho el plazo de
devolución a un interés bajo y, gracias a la inflación, la deuda mengua. Esto
lo vivieron nuestros padres cuando las inflaciones de doble dígito permitían
que en pocos años desde la compra del pisito, el pago de la hipoteca pasara de
angustioso a liviano.
Luego está
el impago bochornoso: directamente se solicita la condonación de una parte de
la deuda. En sus negociaciones, a menudo se ha contado con la ayuda de
terceros: el Fondo Monetario Internacional (FMI) o los gobiernos de los países
de los acreedores asumen una parte del impago para favorecer el acuerdo. La
pérdida, como vemos, se suele repartir.
Por lo
tanto, si un acreedor teme una quita de un país, debe, antes de que suceda,
reducir al mínimo su exposición al riesgo de esa nación.
LAS PÉRDIDAS
DE NUESTROS ‘SOCIOS’
Los bancos
alemanes y franceses mantienen un saldo aproximado de 70.000 millones de euros
de deuda bancaria española que, en su día, se utilizaron para créditos a la
construcción. Si un banco español cayese, habrían de asumir esa pérdida.
¿Cómo
reducir ese riesgo?
Primero, obligando a la banca española a reforzar sus
recursos propios: las exigencias de dotaciones y aumentos de capital básico de
estos meses, las salidas a bolsa a lo Bankia o el no reintegro a particulares
de híbridos como las preferentes. Si hay que proceder a la liquidación de un
banco y ulterior concurso, esquilmados los inversores españoles, quedarán menos
acreedores, entre ellos los internacionales.
Segundo,
interviniendo el Estado las entidades financieras bajo riesgo. Además de evitar
un pánico entre los depositantes, para eliminar el miedo a un contagio entre la
banca española y la europea: el Estado español interviene la entidad y
responde.
Tercero,
canalizando el rescate de la Unión Europea a la banca española a través del
FROB, que depende también del Estado.
De estas
tres formas se desembaraza Europa de su riesgo en la banca española.
¿Y cómo
minimizan también nuestros vecinos su riesgo de la deuda española que ostentan?
Pues muy parecido: traspasando la deuda pública española en manos de no residentes
a fondos de pensiones, fondos de inversión y bancos españoles. Desde hace
meses, la banca internacional está reduciendo su exposición a la deuda pública
española a una velocidad de vértigo. La está adquiriendo la banca española
(¡que ya posee dos tercios del total!), gracias a las inyecciones del Banco
Central Europeo (BCE).
Para aclarar
este galimatías: el riesgo se está desviando desde los distintos acreedores
europeos hacia el Estado español a través de nuestro sistema financiero. Y con
tal de que el Estado pueda asumir este peso, se le conceden 100.000 millones de
euros a aplicar a la banca, de modo que parezca cosa del Gobierno imponer las
condiciones de reestructuración de las entidades financieras, así como las
subidas de impuestos y recortes.
Pero con
este mecanismo, la mayor parte de la responsabilidad de la deuda, ¡pública y
financiera!, se está volcando sobre los españoles, que somos sólo una parte de
los implicados, los deudores. ¿Dónde está la responsabilidad de los
prestamistas que regulaba el sabio derecho romano?
El rescate
se está aprovechando para que, si llega un impago, la parte a soportar por los
socios europeos sea mínima. Y esto no es justo porque también los bancos
europeos han estado lucrándose de la burbuja inmobiliaria y de la deuda pública
española.
UNA CARGA
CRECIENTE
Por no
aflorar una pérdida inmediata todos, y repartirla entre todas las partes, por
evitar una intervención política (la económica ya está hecha), vamos a tener
que ir asumiendo cada vez más y más carga. La crisis durará demasiado.
Europa se
equivocará si trata de ahogar demasiado. Si los españoles no aguantamos,
surgirán partidos extremistas (véase el caso de Grecia) y los votantes
abominarán de los partidos políticos mayoritarios que regresan de las cumbres
europeas con troikas enmascaradas. Si la voluntad popular rechaza al euro,
Europa perderá mucho más dinero que condonando una parte razonable de la deuda.
Fue una imprudencia tomar prestado el 400% del PIB. Pero fue también una
imprudencia del BCE prestarlo. Ahora que se repartan las pérdidas. Alemania ya
experimentó en sus carnes a qué conduce un castigo económico demasiado severo:
fue el caldo de cultivo del nazismo. Debería echar mano de la memoria y
recordar todo lo que en su país se produjo cuando, tras la Primera Guerra
Mundial, fueron los aliados quienes quisieron apretar para cobrar y mandar.
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