Importancia del ocio
LA VANGUARDIA, 27 de junio de 2008
Tal parece que en las sociedades avanzadas hemos pasado de la relevancia del trabajo a la relevancia del ocio. Si hacemos caso omiso de que para disfrutar de tiempo libre es necesario disponer de un peculio diario suficiente, viene a resultar que la gente concede mayor importancia a cómo se divierte que a cómo obtiene el dinero necesario para hacerlo. Un estilo de vida en el que cobra creciente importancia el salir de fin de semana, ir de vacaciones, practicar o presenciar deportes, hacer turismo de largo alcance. En consonancia, se desprecian empleos en los que hay que trabajar en sábado o domingo, y se valora cada vez más el poder jubilarse anticipadamente. Fue en el lejano 1964 cuando Joffre Dumazedier publicó en Francia un estudio premonitorio, Hacia una civilización del ocio. Ahora cabe decir que la meta ha sido alcanzada.
¿La clase trabajadora es más feliz actualmente que cuando trabajaba diez horas al día, seis días por semana? Objetivamente, sí; mucho más feliz, más libre. Y la población en su conjunto, ¿también lo es? Según las estadísticas sobre la salud cabría deducir que no, dado el elevado consumo de antidepresivos. Quizá las expectativas de ocio dibujan un goce ideal difícil de alcanzar, o quizá la dura realidad desmonta el supuesto de que las personas, los trabajadores, prefieren menos dinero y más ocio. Aunque, ¿qué clase de ocio? Existen diversiones baratas, pero viene a resultar que por lo común se aspira a las caras.
Digresiones al margen, se comprueba que la cultura del ocio está creando más empleo y más riqueza que algunas industrias tradicionales. En nuestro país, el turismo ha adquirido tal magnitud para la economía que cualquier quebranto resultaría catastrófico. Así pues, sensatamente, a la clásica oferta de sol y playa se le ha agregado la de un turismo alternativo que abarca desde la aventura a lo campestre o lo artístico.
Los sectores por explotar son diversos y su característica más relevante no es la del precio módico. De lo cual se deduce que la civilización del ocio, más allá de pretender una satisfacción para el individuo, persigue la ganancia mercantil.
Así pues, si alguien se siente frustrado ante las maravillosas ofertas a las que su bolsillo no le permite acceder, que cierre los ojos y se tape los oídos. Tal vez así pueda pensar por sí mismo y elegir su personal tipo de ocio.
E. SOLÉ, sociólogo y escritora
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