KO SASAKI PARA THE NEW YORK TIMES-EL País, 26-6-2008 |
por IHAKMN FACKLER
TOKIO — Una empresa que esconde defectos peligrosos para evitar una retirada de productos embarazosa. Un distribuidor de productos cárnicos que vende corazones de cerdo picados como carne de vaca. Una cadena de restaurantes de lujo que sirve las sobras de sashimi de otras cenas a los clientes.
En Japón, la confianza en sus establecimientos corporativos se ha visto sacudida en los últimos años por una serie de escándalos. Empresas de todos los tamaños se han visto implicadas en fraudes que van desde lo repugnante hasta lo peligroso. El hecho que los empleados hagan públicas estas fechorías resulta aún más escandaloso. . Hace unas décadas, en Japón, él lugar de trabajo de una persona formaba parte de su identidad, la lealtad inquebrantable a la empresa era la virtud más valorada. Pero el empleado obediente que no cuestiona nada se ha convertido en una reliquia del pasado como consecuencia de una transformación más amplia de Japón y de la economía global.
Cuando Japón era el punto más caliente de la economía asiática, las compañías se podían permitir comprar la lealtad de sus trabajadores ofreciendo la garantía de un empleo para toda la vida, y la sensación de pertenecer a una empresa que trataba a los trabajadores como si fueran de la familia. Este contrato social empezó a desintegrarse cuando se produjo el estancamiento económico en los años noventa, la "década perdida", que se caracterizó por la seguridad cada vez menor de los puestos de trabajo y por la caída de los sueldos.
Abogados y economistas manifiestan que actualmente los trabajadores japoneses empiezan a hablar claro, a pesar del riesgo de ostracismo que supone debido a la amplia creencia de que estas declaraciones constituyen una traición.
Algunos empleados actúan así para defender el interés público, otros para protegerse de posibles acusaciones por su participación en la fechoría en cuestión. "La empresa está perdiendo su lugar central en el universo del empleado", asegura Naoki Yanaguida, un abogado laboral.
Ahora que el contrato social se desintegra, los denunciantes son más.
Yoichi Mizutani fue condenado al ostracismo después de denunciar que la carne se etiquetaba de forma engañosa en su almacén.
El primer caso destacado de una denuncia corporativa ocurrió en el año 2000, cuando un empleado de Mitsubishi Motors sacó a la luz que la empresa había encubierto fallos que podían causar accidentes, incluyendo frenos defectuosos y escape de líquidos. Estas declaraciones dieron pie a una investigación que concluyó con el arresto de varios ejecutivos y que llevó al fabricante de coches casi a la quiebra.
En la actualidad, cada año estallan por norma general en Japón diversos escándalos causados por empleados que airean secretos de las empresas, aunque no se sabe el número exacto de casos ya que ni las autoridades japonesas ni los medios de comunicación desvelan siempre sus fuentes.
Yoichi Mizutani, de 54 años, era el propietario de un almacén de alimentos refrigerados en la parte occidental de la ciudad de Nishi-nomiya que vivió años de prosperidad con las compañías locales cárnicas. Pero un día, en diciembre de 2001, un empleado vio que los empleados de uno de sus clientes más importantes, la proccsadora de carnes Snow Brand, ni ih/.ahan su almacén para colocar tabulas de ternera australiana congelada en cajas y venderlas como si se tratara de carne del país.
Explica que se trata de un fraude habitual en la industria cárnica, cuyos integrantes se supone que deben atenerse a un código de silencio. Declara que se sintió todavía más indignado cuando llamó a Snow Brand para preguntar sobre este incidente, y le dijeron que mantuviera el pico cerrado. Acabó contándoselo a dos periodistas japoneses y se produjo un gran escándalo que terminó con la condena posteriormente suspendida a un período de prisión para cinco ejecutivos.
"Pensé en cuántos propietarios de empresas pequeñas en este sector de la industria, como yo, no pueden dormir por las noches, atormentados por un sentimiento de culpabilidad por lo que están haciendo", dice Mizutani. "La industria habla de sí misma como una gran familia que protege a los suyos. Pero una injusticia es una injusticia".
Después de hacer pública su historia, Mizutani afirmó que todas las compañías cárnicas le rechazaron y le expulsaron del negocio. Durante un año, Mizutani, que está divorciado, tuvo que mantener a sus tres hijos contrabajos de un solo día. Llegó un punto en que incluso tuvo que vender libros colocados sobre una manta en un puesto enfrente de una estación de tren. Las cosas mejoraron cuando una cadena de televisión local hizo un re portaje sobre su grave situación. Con las donaciones que hicieron los espectadores, incluido un templo budista, pudo restablecer su negocio, aunque esta vez comerciando con verduras y marisco congelados.
También se convirtió en un héroe popular secundario, y protagoniza una tira cómica que ensalza a los denunciantes de empresas.
Ahora Mizutanigozade su situación, se ha despojado de su traje gris y lo ha cambiado por chancletas y una camiseta, y se ha teñido de rubio con mechas negras.
Japón se debate entre la ética tradicional de lealtad al grupo y el reconocimiento de que se necesita más transparencia y una mayor responsabilidad para poder funcionar como una economía moderna. "Los denunciantes exponen problemas que probablemente han existido durante mucho tiempo, pero que se mantenían ocultos", remacha Koji Morioka, catedrático de economía de la Universidad de Kansai.
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