FUENTE: http://www.elpais.com/articulo/sociedad/revuelta/hambre/urge/revolucion/agraria/elpepisoc/20080418elpepisoc_1/Tes?print=1
Ante la revuelta del hambre, ¿urge la revolución agraria?
La carestía del grano desata las protestas y aumenta la presión para impulsar la innovación en el camp - Los transgénicos ofrecen soluciones, pero preocupa su impacto ambiental
ANA CARBAJOSA 18/04/2008
De Puerto Príncipe a Kabul, pasando por El Cairo o Manila, millones de pobres del mundo padecen el azote de la descomunal subida del precio de alimentos básicos como la leche, el arroz o el pan. Los desajustes del mercado global les han arrebatado la subsistencia y se han lanzado a la calle en masa para exigir a sus gobiernos una solución a la mayor inflación alimentaria de la historia, que amenaza con la propagación de revueltas hasta ahora aisladas. "Hemos aprendido de la historia que este tipo de situaciones a veces acaban en guerras", advirtió el pasado fin de semana el director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn.
Las causas del encarecimiento son conocidas: el precio del petróleo, una exagerada inversión en biocombustibles en países como EE UU, la creciente demanda de alimentos en China e India, las condiciones climatológicas... Pero, más allá de las causas coyunturales, ganan fuerza las voces que denuncian otras estructurales: una productividad menor que el crecimiento del consumo y la población en las últimas dos décadas, y el menosprecio de los gobiernos hacia la investigación en temas agrícolas.
Naciones Unidas ha publicado esta semana un informe en el que recomienda la vuelta a la agricultura tradicional, el uso de métodos ecológicos y el consumo local. En contra, los defensores del progreso tecnológico dicen que la caída de las cosechas y el aumento de la población mundial son dos cuestiones que difícilmente se resolverán con la agricultura a pequeña escala. Creen que hoy es posible una segunda revolución verde, cuyos avances tecnológicos multipliquen, como sucedió en los sesenta, la productividad de las cosechas. Y creen que la crisis del precio de los alimentos es la coyuntura idónea para lanzar la nueva revolución con semillas mejoradas y modificadas genéticamente.
En los sesenta, la experimentación agrícola en México empleó variedades de trigo mejoradas y más receptivas a los fertilizantes y a los pesticidas. A estas semillas se añadieron nuevos sistemas de regadío y una potente mecanización. El resultado fue un aumento espectacular de las cosechas. Había nacido la revolución verde. Las invenciones corrieron como la pólvora hasta Asia, donde los experimentos se centraron en el arroz, y alcanzaron también a los cereales en África. Las estimaciones de las instituciones del sector indican que un 40% del campesinado del mundo en desarrollo se pasó a las nuevas semillas, que dispararon la producción agrícola. Las cosechas se multiplicaron, sí, pero no está tan claro que ese aumento se tradujera en una reducción del hambre. Años más tarde, empezaron a dejarse ver los daños ambientales producidos por el uso masivo de fertilizantes y pesticidas.
Ahora, no faltan las voces científicas y empresariales que piden que la experiencia de los sesenta se repita. Dicen que multiplicar el rendimiento de las semillas propiciará la bajada de precios, pero sobre todo garantizará el alimento a los más pobres. Es lo que piensa Jaakko Kangasjärvi, biólogo de la Universidad de Helsinki, quien, junto a colegas californianos, ha identificado el gen que regula la pérdida del agua en las plantas. El descubrimiento, hecho público hace un mes, servirá para que en 10 o 20 años se creen semillas resistentes a la sequía gracias a la manipulación genética. Descubrimientos como éste podrían dar lugar a una segunda revolución verde. "Que suceda o no dependerá de la financiación y a su vez de la voluntad política", estima Kangasjärvi por teléfono desde Finlandia. "Está claro que la población mundial crece y que, por tanto, hace falta que las plantas produzcan más".
Frente a los devotos de la manipulación genética como Kangasjärvi, una legión de ecologistas alega que los avances tecnológicos no solucionarán el hambre en el mundo, que obedece al reparto desigual de los alimentos y no a su falta. Temen, además, el daño ecológico que pueden acarrear las nuevas plantas.
Mientras, las reservas mundiales de trigo, por ejemplo, se encuentran en sus niveles más bajos desde hace casi 30 años, según la Organización para la Agricultura y la Alimentación de la ONU (FAO). Comemos más de lo que cultivamos y vivimos de lo acumulado en años anteriores. La productividad de las cosechas ha crecido desde 1990 a un ritmo del 1% anual; la mitad que las décadas anteriores y la mitad también de lo que ha crecido la demanda de grano, debido al aumento de la población, al enriquecimiento de las clases medias asiáticas y a los cambios en la alimentación de países como China.
"Puede que con esta crisis los gobiernos finalmente se despierten y se den cuenta de que tienen que cambiar sus políticas agrícolas y subvencionar masivamente la investigación para aumentar la productividad de las cosechas. Esperamos que esta crisis sea el empujón para el nacimiento de la segunda revolución verde", desea Duncan Macintosh, del Instituto Internacional para la Investigación del Arroz (IRRI), la agencia intergubernamental con sede en Manila que impulsó la gran revolución del campo en los sesenta.
La voz del IRRI suena estos días con mucha fuerza en los foros internacionales, en los que los expertos del instituto defienden la implantación de semillas híbridas de arroz -los científicos cruzan tres variedades para producir una planta que crece más rápido y cuyo volumen de cosecha sea hasta un 20% superior- en toda Asia. En conversación telefónica desde Manila, Macintosh explica que la mitad del arroz que produce China ya procede de semillas híbridas y que ahora pretenden que países como Filipinas, Indonesia o India se suban al carro de las semillas mejoradas. Reconoce sin embargo que estas semillas, que, a diferencia de las tradicionales, no se reutilizan de un año para otro porque pierden el potencial, obligan a los campesinos a adquirir nuevas simientes cada año, si quieren plantar estas variedades de mayor rendimiento y con las que combatir la subida del 70% del precio del arroz en lo que va de año. Advierte Macintosh que aún queda mucho por descubrir, y dice que grandes empresas como Bayer o Monsanto trabajan a marchas forzadas para mejorar el aroma y el sabor de los híbridos, todavía no muy conseguido, y para tratar de hacerlos resistentes a ciertos insectos.
En el Instituto Internacional para la Investigación de Políticas Alimentarias, con sede en Washington y que financian gobiernos e instituciones multilaterales de todo el mundo (IFPRI, por sus siglas en inglés), también están convencidos de que esta crisis demuestra "que, tras décadas de abandono, necesitamos más inversión para investigación sobre la mejora de semillas. Hacen falta nuevos descubrimientos para lograr semillas resistentes al calor, a la sequía o a la salinidad", sostiene Mark W. Rosegrant, director del departamento de Medio Ambiente y Producción Tecnológica del IFPRI. Dice que es verdad que durante la revolución verde el abuso de subsidios para aplicar fertilizantes y pesticidas acabó teniendo consecuencias negativas para el medio ambiente, y por eso cree que en esta ocasión la clave es "combinar los adelantos científicos con buenas políticas".
Pero no toda la comunidad científica y académica está convencida de que un mayor desembolso por parte de los Gobiernos para investigar cómo sacar más rendimiento al campo vaya a erradicar una crisis como la actual. Lester Brown, el gran experto estadounidense en cuestiones ambientales y de seguridad alimentaria, con más de 20 libros publicados, piensa que, más allá de la fe del sector privado o público en los adelantos científicos, será imposible repetir la revolución verde, que triplicó la productividad de las cosechas desde los años cincuenta hasta ahora. "Es muy difícil ir mucho más allá. Existe un límite fisiológico para las cosechas. Habrá mejoras, pero no una nueva revolución". Reconoce que la investigación en temas agrícolas ha sufrido un fuerte abandono en los últimos años, pero, para él, la verdadera prioridad para mitigar la subida del precio de los alimentos es que su país restrinja severamente el cultivo de cereales para fabricar etanol. "Si no, las revueltas populares se extenderán e irán cayendo los gobiernos uno a uno", advierte.
Carlos Galian, responsable de temas agrícolas de Intermón Oxfam, coincide con Brown en que los pronósticos de esta crisis, que se ceba con las familias más pobres, las que dedican entre el 50% y el 70% de su renta a alimentarse, no son nada buenos. "Recibimos continuamente nuevas informaciones que alertan de graves crisis alimentarias", señala Galian, que ofrece datos estremecedores. En Kabul, por ejemplo, la subida del pan desde noviembre de 2007 es del 90%. Cuenta que subidas similares se registran a lo largo y ancho del planeta.
Su ONG es de las que cuestionan la mayor, es decir, consideran que el problema no es que no haya suficiente comida en el mundo, sino que está mal repartida, y que el problema se centra en la falta de acceso a recursos como el agua o créditos para comprar maquinaria o semillas. Pese a ello, Galian coincide en que la agricultura ha sido un capítulo olvidado durante los últimos años y cuenta que, mientras que en los años ochenta un 17% de la ayuda al desarrollo mundial estaba dedicado a la agricultura, en el año 2005, esa cifra había descendido hasta el 3%. Y coincide también con los defensores de la mejora de las semillas en que "hace falta mejorar la productividad de los campos, ya que tres cuartos de la gente que vive bajo el umbral de pobreza es población rural".
Eso sí, pide que la investigación se centre siempre en cultivos y zonas en las que malviven los agricultores empobrecidos. Habla Galian de experiencias en el pasado, en las que se han creado semillas que no resisten las condiciones climáticas de África, por ejemplo, y se queja, como el ejército de activistas que se oponen a los transgénicos y que pueblan la Red, de que las empresas que comercializan las semillas transgénicas obligan a los campesinos a comprar cada año no sólo las simientes, sino todo el paquete que incluye pesticidas y fertilizantes, lo que impide el intercambio de semillas entre los agricultores de un año para otro, como se ha hecho toda la vida.
Junto a los que piden justicia distributiva, están los que exigen un uso más eficiente de la comida que ya está disponible. "No tiene sentido producir más comida si no utilizamos la que ya tenemos de forma más eficiente. Tiramos a la basura un tercio de nuestra comida. Los restos podrían ser utilizados para producción energética", escribía hace poco Les Firbank, director del instituto de investigación medioambiental británico North Wyke Station.
Ideas y propuestas, más o menos factibles, no faltan. Lo que es fundamental que no falte es la voluntad política necesaria para evitar las "hambrunas masivas" que vaticina el FMI durante los próximos dos años, en los que se prevé que seguirá subiendo el precio de los alimentos básicos.
Precios por las nubes
El encarecimiento del precio del petróleo ha sido, sin duda, la madre de la crisis alimentaria. Con el barril por encima de los 100 dólares (63 euros), gobiernos como el de EE UU se han lanzado al cultivo de biocombustibles. La subida de la energía ha encarecido el propio cultivo.La plantación masiva de maíz para dar de comer a los coches a expensas del cultivo de soja o trigo ha mermado la inyección de grano en el mercado. Al haber menos oferta y más demanda, los precios han subido. En EE UU, este año, hasta un 30% de la producción de maíz estará dedicada a biocombustibles.Además, la población mundial crece y cambia de gustos. El enriquecimiento de la clase media en países como China ha propiciado nuevos hábitos alimenticios que han disparado el consumo mundial de leche y carne. Este cambio en la dieta exige un gran consumo de grano para alimentar al ganado.El cambio climático tampoco ayuda. Sequías como la de Australia -la peor en 100 años-, uno de los grandes productores de trigo, han esquilmado la oferta mundial de este cereal en 2008.Para rematar, numerosos gobiernos han adoptado medidas como la restricción e incluso la prohibición a la exportación de productos como el arroz o la leche en polvo para no desabastecer a su población. La medida ha retirado toneladas de comida del mercado global de alimentos, contribuyendo aún más a la subida de los precios. Los países exportadores han sufrido, además, los reflejos proteccionistas nacidos de esta crisis.
Actividades (E. Jimeno)
1. ¿Qué significa inflación alimentaria?
2. ¿Por qué se han encarecido los alimentos básicos?. Al responder, distingue entre causas coyunturales y causas estructurales.
3. ¿Qué recomendaciones realiza Naciones Unidas?
4. ¿Qué proponen los defensores del progreso tecnológico?
5. ¿En qué consistió la revolución verde de los sesenta?. Cuales fueron sus efectos positivos y negativos?
6. ¿Qué solución defiende Jaakko Kangasjärvi?. ¿En qué podría consistir una segunda revolución verde?.
7. ¿A qué atribuyen los ecologistas el hambre del mundo?
8. ¿Qué ha ocurrido con el trigo en las últimas décadas?
9. ¿Qué ventajas e inconvenientes tienen las semillas híbridas?
10. ¿Qué características deberían tener las nuevas semillas?
11. ¿Qué efectos tiene en los precios el cultivo de cereales para fabricar etanol?
12. ¿A que atribuye Galian los desajustes actuales y qué propone?
13. ¿Qué ha pasado con las ayudas a la agricultura?
14. Ante el volumen de comida que se tira a la basura, algunos hablan de hacer uso más eficiente de los alimentos. Pon ejemplos.
15. ¿Es probable que en el futuro hayan más hambrunas?.
ANÁLISIS: Los hambrientos salen de nuevo a las calles
Volvemos a ver en muchas ciudades del mundo disturbios por la carestía de los alimentos. Esto revela hasta qué punto está podrido el corazón de la política y la economía de tantos países en vías de desarrollo
POR RAJ PATEL EL PAÍS, 19/04/2008
Recientemente, los precios de los alimentos han experimentado en todo el mundo unas subidas extraordinarias. Tanto es así, que Naciones Unidas ha anunciado que necesitan 500 millones de dólares antes de que transcurra un mes a fin de evitar que se produzca una hambruna generalizada. El pasado marzo, el precio del arroz subió en los mercados asiáticos un 30% en un solo día. Ésta y otras subidas de precios son el resultado de una tormenta perfecta en la que se han combinado los efectos de las malas cosechas, la escasez de alimentos almacenados, la sustitución de cultivos de alimentos por otros que producen biocombustibles, el aumento de la demanda de carne, el precio récord del petróleo, y la especulación financiera.
Los disturbios por la comida son un síntoma agudo de la ausencia de una verdadera democracia
En Haití prospera hoy la industria de las "galletas de barro", hechas con margarina, sal y arcilla
El aumento del coste de los alimentos ha llegado a ser tan grave que incluso se ha inventado un nombre para bautizarlo: agroflación (agflation). Una fea palabra, sin duda, cuyos efectos son todavía más feos. Y que ha producido el regreso de una de las formas de activismo colectivo más antiguas del mundo: los disturbios callejeros de los hambrientos.
"Antes ganábamos 14 dólares a la semana y nos llegaba justo para ganarnos la vida. Pero desde que han subido tanto los precios, no nos alcanza para vivir. Nos limitamos a existir". La mujer que pronunció esta frase podría haber sido ciudadana de cualquiera de los países pobres donde, durante los últimos meses, se han producido disturbios callejeros provocados por la agroflación. Pero estas frases desesperadas fueron pronunciadas en Nueva York, el año 1971, y las dijo una de las Mujeres Judías del East Side que protestaban por los precios inalcanzables que los alimentos tenían en aquel momento en la ciudad. Sus circunstancias encuentran un eco en la actualidad.
Y es que la similitud entre las protestas históricas y las de este comienzo del siglo XXI no es meramente cosmética. Vale la pena analizar los vínculos entre los precios de los alimentos y la inestabilidad política. Muchas de las protestas actuales han ocurrido en países considerados como bastiones de la estabilidad. Ha habido revueltas en ciudades de Mauritania, Senegal y Burkina Faso, por ejemplo. Pero estos disturbios se han distribuido de forma irregular.
En Haití, uno de los países más pobres del hemisferio occidental, el hambre ha propiciado en los últimos tiempos la aparición de nuevas estrategias de supervivencia, fruto de una desesperación cada vez más acentuada. En las chabolas de Cité Soleil prospera hoy la industria de las "galletas de barro". Es decir, galletas hechas con margarina, sal y arcilla. La gente se las come porque no puede comprar nada mejor. Pero incluso allí la gente ha terminado saliendo a la calle y enfrentándose a las fuerzas del orden.
Haití representa un caso extremo, pero su trayectoria parece una versión acelerada del camino que van a ir siguiendo decenas de países, muchos de los cuales han sufrido años de crisis alimenticia, siempre al borde de la hambruna. Dado que los ingresos familiares en esos países se dedican en su mayor parte a la compra de alimentos, es indudable que es allí donde la agroflación tendrá efectos más dolorosos.
Ahora bien, los disturbios callejeros no se producen necesariamente en los países más pobres. Egipto y la India, por elegir dos de los países en donde ha habido recientemente manifestaciones, ocupan una posición intermedia.
¿Cómo explicar entonces la explosión de los disturbios, si su causa no es el hambre extrema? El historiador británico E. P. Thompson nos brinda alguna luz al respecto. Analizando los disturbios provocados por la carestía de los alimentos en la Inglaterra del siglo XVIII, localizó los dos factores cruciales que se suman para dar lugar a las revueltas. En primer lugar, el capitalismo trajo consigo una brutal diferencia entre lo que la gente entendía como sus derechos y las cosas que en realidad conseguía. En segundo lugar, las protestas surgían cuando los hambrientos pensaban que ésa era la única forma de hacerse oír.
La suma de estos dos criterios, a saber, la distancia muy marcada entre aquello a lo que uno cree tener derecho y aquello que en realidad obtiene, por un lado; y, por otro, el que no haya mejor manera de articular una protesta política que mediante la protesta callejera, permite explicar los disturbios causados por la falta de comida en circunstancias diversas. Esta clase de disturbios fueron frecuentes en Europa hasta la mitad del siglo XIX, pues entonces Europa comenzó a importar cereales procedentes de sus colonias para alimentar así a sus masas de trabajadores. Paralelamente, las protestas callejeras fueron sustituidas por otro tipo de actividades más sofisticadas y coordinadas, como las huelgas.
Los disturbios reaparecieron en Estados Unidos justo al término de la Primera Guerra Mundial. Las mujeres estaban en la primera línea de las manifestaciones en Filadelfia, Chicago, Toronto y Nueva York, por ejemplo. Esas mujeres creían tener el derecho de alimentar a sus familias. Cosa cada vez más imposible, debido a la fuerte inflación que se produjo al terminar la guerra. Además, esas mismas mujeres estaban excluidas de la participación política y no tenían más alternativa que la protesta callejera. En cuanto las mujeres consiguieron el derecho a voto y comenzó a producirse una mejor redistribución de los bienes, los disturbios por la carestía de los alimentos fueron perdiendo fuerza.
Así pues, la historia nos dice que prestemos atención a ambos factores, la distancia entre expectativas y realidades, por un lado, y por otro la inexistencia de un auténtico sistema democrático. Se producen disturbios callejeros por la comida en aquellos países en donde las subidas rápidas de los precios hacen prohibitiva la compra de alimentos. Y en donde, además, el desarrollo ha agudizado las desigualdades económicas entre sus propios ciudadanos, lo cual hace que crezcan las expectativas al tiempo que las probabilidades de satisfacerlas van disminuyendo. Son países en donde el abismo entre expectativas y logros se ha hecho enorme. Al mismo tiempo, los disturbios ocurren en países que sólo tienen sistemas de participación meramente formal, de manera que los pobres no encuentran modos eficaces de expresar su descontento.
En otras palabras, los disturbios por la comida son un síntoma agudo de la ausencia de una verdadera democracia, junto con una grave disminución de la posibilidad de obtener aquello a lo que los ciudadanos creen tener derecho. Desde Haití hasta la India, este doble deterioro tiene una causa común. Ambos son subproductos de las políticas de desarrollo aplicadas con criterios neoliberales. Aunque se ha hecho correr la especie de que ya no tiene validez ni se sigue aplicando, en realidad el llamado "consenso de Washington" sigue vigente, y ha supuesto para los países en vías de desarrollo un recorte radical de las ayudas de los Estados a los pobres, y, además, una profundización del hiato entre expectativas y realidades.
Además, las políticas de austeridad impuestas a esos países requieren la intervención de gobiernos capaces de ignorar las presiones democráticas de sus ciudadanos. Las instituciones financieras internacionales les conceden créditos solamente si ponen en marcha políticas de austeridad, por mucho que se quejen sus ciudadanos. Esas mismas instituciones incentivan a los gobiernos a acallar las protestas populares. De modo que, finalmente, en lugar de un debate democrático en esos países apenas si se produce una escenificación políticamente inocua de la "participación" ciudadana, lo cual permite seguir poniendo en práctica políticas de desarrollo contrarias a la voluntad de las mayorías.
Frustradas las expectativas, y sin nada que permita a los ciudadanos expresar sus necesidades, la agroflación provoca una conmoción social que puede conducir a la revuelta popular. El hecho de que volvamos a ver en las ciudades del mundo disturbios ocasionados por la carestía de los alimentos muestra hasta qué punto está podrido el corazón mismo de las economías y los sistemas políticos de muchos países en vías de desarrollo. Y qué descomunal es el fracaso de las instituciones internacionales que han pretendido llevar el desarrollo económico y democrático tanto a los países donde hay disturbios como a aquellos en donde no se han producido.
Raj Patel es autor de Obesos y famélicos. El impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial (Los Libros del Lince). Traducción de Enrique Murillo.
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario