Fuente: Eulàlia Solé, La Vanguardia( 17-10-2008)
Es corriente que se encasille a las personas según las etapas de la vida, atribuyéndose a cada ciclo determinadas características biológicas y determinados comportamientos. Sin embargo, los ciclos no siempre son clasificados a partir de datos biológicos objetivos. Si bien tanto a la infancia como a la adolescencia cabe adjudicarles una tipología arquetípica, a partir de la juventud y hasta llegar a la vejez las clasificaciones contienen más elementos sociales que biológicos.
En este sentido, y desde la óptica sociológica, tras superar la adolescencia se puede ser joven sin alcanzar a ser adulto, puesto que esta etapa requiere ciertas premisas. Acceder a la edad adulta significa, socialmente, disponer de hogar propio, ganarse la vida (actividad productiva o reproductiva), y para un estatus completo, vivir en pareja y tener hijos. El siguiente estadio es la madurez, definida por la marcha de los hijos y por la autonomía económica y corporal. Una etapa que se prolongará mientras no fallen ni salud ni automanutención. La vejez comienza, pues, con la dependencia física y/ o monetaria.
Es en este punto cuando la longevidad adquiere un perfil contradictorio. La demografía entra en escena y por un lado se congratula de la supervivencia de la población mientras que por otro se lamenta del dispendio público en pensiones, sanidad, residencias. Lamentos tan crueles como incongruentes, ya que la inversión estatal destinada a la ancianidad es mucho menor que la dedicada a niños y jóvenes.
¿Por qué se cuantifica con ánimo negativo el gasto generado por los viejos mientras que se exige sin recelo un mayor presupuesto para enseñanza, espacios de ocio juvenil...? Exigencias legítimas que no deberían ir en detrimento de las necesidades de los viejos. Estas personas que han llegado al último ciclo después de una vida productiva y/ o reproductiva, después de criar a sus hijos - con los elementos que el criar abarca-, de atender a sus nietos y, en muchos casos, de seguir ayudando a la familia económicamente hasta las puertas de su postrera etapa vital.
¿Existe reciprocidad entre lo que se ha entregado y lo que se recibe? Por lo común, no. Y se produce así no sólo una injusticia sino la mayor incoherencia, puesto que es sabido que nadie disfruta para siempre las etapas favorables de la vida.
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2 comentarios:
A ver si te gusta ésto:
http://ernestosport.blogspot.com/2008/10/visitando-la-vejez.html
Ernesto, me ha conmovido.Felicidades por tu blog.
Mi madre tiene 87 años y, a pesar de que su estado no es óptimo, siempre te entrega mucho más de lo que le puedas dar.
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