CARMEN ALBORCH, EL PAÍS, 01/11/2008
Para ser real y duradero, el crecimiento necesita una sólida infraestructura ética e intelectual. Por eso, cuando la economía se edifica sobre la depredación o la especulación, se desvirtúa la idea de crecimiento.
El talento, el capital humano, es el gran activo contra la crisis para todos, desde empresas a ciudades
Tras la fuerte regresión a que han sido arrastradas las cotizaciones mundiales, hay que constatar que la inteligencia y la creatividad humanas siguen siendo la fuente originaria e insustituible de todas las demás formas de riqueza. Hay una riqueza cultural y una riqueza científica que son completamente imprescindibles para la estabilidad y el bienestar de cualquier sociedad.
La Agenda de Lisboa nació con el afán de convertir la economía de la Unión Europea en el sistema productivo más intensivo en conocimiento del planeta. Este año, el Foro Económico Mundial tiene previsto revisar su Índice de Competitividad Global para, entre otras cosas, aumentar el peso relativo de los aspectos concernientes al conocimiento en su evaluación para 2009.
No existen recetas milagrosas frente a esta crisis, pero sí debe exigirse a los poderes públicos que obren con visión estratégica y no caigan en la irresponsabilidad. Se obra con irresponsabilidad cuando se dilapidan aceleradamente los activos del territorio. Cuando los principales agentes del conocimiento son considerados un estorbo. O cuando se ha dejado tan exhausta la capacidad financiera de una Administración que se le impide reaccionar frente a cualquier contingencia.
La visión estratégica requiere, como ha confirmado la crisis, de una continua prevención frente al instinto coyuntural de ciertas actitudes políticas, e invita a primar los ingredientes del crecimiento sostenible a medio y largo plazo, en detrimento de otros más efectistas y socialmente menos rentables. Uno de los ingredientes más relevantes de ese crecimiento es, sin duda, el talento. En el futuro, las empresas, las organizaciones, los territorios y las ciudades que mejor resuelvan el desafío de producir, atraer y retener talento liderarán el escenario posterior a la superación de esta crisis. El capital intelectual es el límite en el que se repliegan los mercados cuando no queda ya ningún margen de depreciación.
Pero el talento ni surge, ni se desarrolla, ni se expande en el vacío. Desde los orígenes de la civilización su localización predilecta han sido las ciudades, porque el talento para fructificar necesita entremezclarse como sólo se puede hacer en el marco de convivencia de la ciudad.
El talento rechaza el dogmatismo porque ve en él una amenaza de paralización. Deplora las sociedades estratificadas porque coartan sus necesidades de relación. Valora el espacio público porque satisface su inquietud cultural. Repudia las ciudades excluyentes porque se alimenta de la diversidad, de la sinergia y de la fluidez.
Generar ciudades donde las oportunidades para el talento sean proporcionales a las personas que las merecen es una base programática segura para la planificación estratégica urbana. Lo es porque el talento provoca en la economía impresionantes aumentos de escala y demanda entornos urbanos de alta calidad ambiental, estética y paisajística.
Las ciudades reúnen unas condiciones objetivas excepcionales para reubicarse el día después de esta situación de crisis global. El proyecto The Urban Age Project: The Endless City, promovido por la London School of Economics y la Alfred Herrhausen Society, estima que en el año 2050 el 75% de la población mundial vivirá en las ciudades, cuando en 1900 sólo era urbana el 10% de la población.
Este proyecto internacional ha seleccionado 20 iniciativas de ciudades de todo el mundo donde se materializan los principios de una nueva planificación urbana que rompe con el modo tradicional de entender las ciudades.
Entre las pautas metodológicas fundamentales de este nuevo modo de organizar la ciudad están la participación pública -con la ineludible inclusión de las miradas diversas de las mujeres-, la densidad, las nuevas tecnologías de la edificación e intensas operaciones de reverdecimiento urbano. También la clusterización de las actividades complementarias, el respeto, rehabilitación y reutilización de elementos patrimoniales, la difusión capilar de bienes y servicios públicos, así como el impulso de enclaves para el conocimiento y las apuestas enérgicas por la integración de las personas más desfavorecidas, sin olvidar el replanteamiento radical de los modelos de transporte urbano.
A conclusiones parecidas llegaron los expertos nacionales e internacionales que reunimos, a principios de este año en Valencia, con motivo de la Primera Conferencia Internacional de Nueva Cultura Urbana.
En todos aquellos lugares en los que estos principios se han aplicado con rigor, la ciudadanía percibe cómo una nueva ciudad emerge en los tejidos urbanos de la existente. La ciencia urbana afronta hoy pocas incertidumbres porque se han generado fuertes consensos a favor de los nuevos principios y pautas. Sin embargo, cuesta explicar por qué esos consensos no siempre se traducen en medidas públicas eficientes que supongan la transición hacia nuevos modelos de ciudad. En el contexto actual la ciudad emerge como el espacio en el que despejar las más inquietantes incógnitas económicas, ambientales y sociales. Los tiempos de crisis son tiempos para la crítica. Hagamos, pues, crítica de la ciudad, pero desde el optimismo urbano.
Carmen Alborch es senadora del PSOE.
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