Fuente: The New York Times- El País 27-11-2008
En teoría, el siglo XXI está mar- cado por amenazas propias del siglo
XXI, como las redes de terrorismo mundiales y los sofisticados ciberataques.
Pero en muchos lugares los problemas son más familiares,
provincianos y antiguos: tráfico de drogas, prostitución, secuestros y
corrupción, todos ellos distintivos del crimen organizado.
En los países en vías de desarrollo, las mafias fomentan la inestabilidad. Pero
éstas pueden ser difíciles de erradicar incluso en lugares más prósperos y con mas
control.
En Japón, por ejemplo, los sindicatos criminales conocidos como yakuza son
tolerados como reguladores del juego y del comercio sexual, entre otras oscuras empresas,
siempre y cuando no alteren la paz. Pero en la ciudad de Kurume, los residentes
protestaron cuando a raíz de una violenta reyerta entre los Dojinkai, la yakuza local,
se produjo un tiroteo en la calle. Como Norimitsu Onishi informó en The Times, más de 600 vecinos
alarmados han acudido recientemente a los tribunales para
tratar de echar a los Dojinkai de su cuartel general de seis pisos en
Kurume.
Ese tipo de acción civil es menos probable en un país como
Bulgaria, donde se asume que la extendida influencia de la mafia infecta al propio
sistema legal. Iva Push karova, abogada y directora ejecutiva de la Asociación de los
Juzgados Búlgaros, cuenta a Doreen Carvajal, de The Times, que los abogados saben
qué magistrados mantienen vínculos con el crimen. “¿Cómo lo sabemos?”, dice Pushkarova.
“Tienen conexiones matrimoniales o de negocios con jefes del crimen organizado.
Son vecinos”.
En algunas zonas de México, las bandas criminales alimentadas por el auge del narcotráfico
se han diversificado y recurren al secuestro para exigir rescates. Las familias
acomodadas del país han respondido contratando enjambres de guardaespaldas
para ellos y sus hijos, poniéndose ropa de diseño hecha con material antibalas y, en
algunos casos, abandonando el país.
“Se está produciendo un éxodo, y es por culpa de la inseguridad”, explicaba Guillermo
Alonso Meneses, antropólogo del Colegio de la Frontera Norte de Tijuana, a Marc
Lacey, de The Times. “Se ha desarrollado una psicosis. La gente tiene miedo a que la
secuestren o la maten”.
Pero en los lugares donde hay poco gobierno del que hablar, cualquier cosa
organizada puede parecer una bendición, incluso el crimen.
Los audaces piratas de Somalia, por ejemplo, que secuestran cargueros en
aguas poco vigiladas del océano Índico —recientemente un súper petrolero saudí,
el mayor barco jamás secuestrado— y que han creado un lucrativo negocio a base del
cobro de rescates en una región que carece de otro tipo de oportunidades.
Y en el Este del Congo, como informa Lydia Polgreen , una mina de estaño perteneciente
a una brigada renegada del ejército proporciona empleo a hordas de
mineros y porteadores, y un cierto nivel de seguridad a sus clientes.
Las yakuzas también dicen promover la estabilidad en Japón. Pero en Kurume,
Nobuyuki Shinozuka, de 54 años, actual jefe de los Dojinkai, se muestra filosófico sobre
el juicio al que su grupo se enfrenta, y sobre el lugar del crimen organizado en cualquier
sociedad. “Depende del Estado”, le decía a Onishi. “Si el Estado decide que ya no nos
necesita, puede aprobar una ley que prohíba la yakuza. Pero si considera, aunque
sea levemente, que todavía nos necesita, entonces encontraremos alguna manera de
sobrevivir”.
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